La chapa

Carlos Oya

Medio siglo de "El Padrino"

Enhorabuena. Ya lo hemos conseguido. Generaciones de jóvenes y ya no tan jóvenes que jamás han visto (con probables visos que la situación no cambie)...

Enhorabuena. Ya lo hemos conseguido. Generaciones de jóvenes y ya no tan jóvenes que jamás han visto (con probables visos que la situación no cambie) “El Padrino”. ¿Qué digo ver? Es que ni siquiera saben qué es (a menos que salga en un avatar del Fornite). Yo era apenas un crío cuando se estrenó la película pero debo decir que ese cartel negro en el que sólo salía una mano manejando los hilos de titiritero me daba escalofríos. Luego cuando la vi caí a sus pies rendido (como casi todo el mundo) al igual que cuando probé el jamón (como casi todo el mundo) aunque he conocido a gente que no le gusta “El padrino” e incluso otra que no le gusta el jamón.
Porque “El padrino” aparte de encabezar varias listas como la mejor película de la historia, forma parte de la cultura popular desde que se estrenó. “Le haré una oferta que no pueda rechazar” es una frase lapidaria a la altura de “¿Tú también, hijo mío?”. Me juego media nómina a que todos los que lean este artículo conocen la “peli” , no haría lo mismo con la chavalada ( entre otras cosas porque ésta, nuestra juventud, no distingue entre un periódico y un pergamino en latín). Y no estamos hablando de cinefilia. Otras películas que aparecen en el primer puesto en otras listas son “El acorazado Potemkin” de Eisenstein o “Ladrón de bicicletas “de De Sica mucho más desconocidas para el gran público (no así “Ciudadano Kane” y su “Rosebud” otro icono). Se cumplen 50 años de la saga de cine más importante de todos los tiempos (con permiso de Star Wars) y mis alumnos no saben quién es Marlon Brando (he hecho la prueba hoy mismo por ayer). Y además supongo que les costaría un montón meterse en la película porque requiere un esfuerzo extra para lo que están acostumbrados, series de 40 minutos, rápidas y violentas, “fast food” hamburguesa de calamar. Y eso que “El padrino” no es una película lenta, sino una película que se toma su tiempo, que es distinto, para llevarnos gradualmente y cada vez más veloz, al crescendo y apoteósico final. Vamos que no es una película iraní con el plano fijo de una piedra esperando que le aflore el musgo. Y vamos a lo de siempre. Los jóvenes tienen cada vez más medios para contar menos cosas. Ya no retienen información porque esa función se la encargan a una subcontrata llamada internet. Los que tiramos de memoria, que incluso a veces nos arriesgamos a soltar algún dato sin mirar la wikipedia, empezamos a ser como los “hombre libro” de “Farenheit 51” únicos depositarios de un conocimiento que comienza a extinguirse. La memoria (que era la madre de las musas e de la Antigua Grecia: Mnemosyne), tan denostada en los por siempre cambiante planes educativos, está a un plis de que la llamen fascista. Si un niño no se aprende la tabla del 9 se la adapta y que se quede en el 8 que eso de hacer operaciones con papel y lápiz (y de memoria ni te cuento) canta a franquismo y además da igual porque el móvil tiene calculadora. Lo que antes era una hábil herramienta para complementar nuestros conocimientos se ha convertido para mucho en un organismo simbiote sin el cual no pueden vivir. En el fondo vamos camino de convertirnos en terminal de la terminal.