La chapa

Carlos Oya

Nobleza obliga

Mira que viene la semana bien cargada de acontecimientos sobre los que escribir, no una columna sino un pilar maestro. Desde las medidas exprés anticrisis...

Mira que viene la semana bien cargada de acontecimientos sobre los que escribir, no una columna sino un pilar maestro. Desde las medidas exprés anticrisis, efecto más bien que de la crisis económica de la crisis del P.S.O.E en su antaño “granero”, hasta la permisividad y eufemismo con los que el gobierno habla de los 28 muertos (según las últimas cifras) en el último asalto a la valla por parte de las fuerzas marroquíes (al parecer ni se los ha identificado, ni hecho autopsia y han sido enterrados en una fosa común en Nador). Pero un caballero (todavía se puede decir caballero, ¿no?) vale lo que vale su palabra y aunque no suelo aceptar peticiones (un día contaré mis brevísimas experiencias como pinchadiscos, pero eso es otro cantar) haré una excepción porque el asunto lo merece. El viernes pasado tuve el placer y honor de asistir un año más a la tradicional “Fiesta del Traje” (de la que hemos sido privados durante dos años como muchas otras cosas por aquel coronavirus de cuyo nombre no quiero acordarme) que vienen a realizar don José Ríos y doña Carmen Medina (“tanto monta, monta tanto”). La casa del señor Ríos y Carmen (“Lord Rivers” para los anglófonos) es un sitio mágico con sus increíbles obras (su “coche divido por dos” es un clásico) que complementan un asombroso lugar ya de por sí: una cantera abandonada. Si a eso le sumamos una noche de solsticio de verano y una luna resplandeciente es lo más cercano a la magia que uno puede rozar con los dedos (la birra fría y dos señores cortando jamón también ayudaron, todo hay que decirlo). Y encima amenizados por “Ringo ha muerto”, “Mía Turbia”, “Santo Custodio” y los incombustibles “Ambolias” (que fueron acompañados a la armónica por el anfitrión y una hirsuta barba postiza). Doy fe que en las vísperas a la efeméride se acercaban a Don José desconocidos para pedirle permiso para asistir al evento, lo mismo que doy fe que vi unos cuantos polizontes en el barco soplando y no a las velas precisamente. Carmen y Ríos hacen una pareja singular, el primero aporta arte “a martillazos” y sabiduría serrana en especial aplicada a la gastronomía (“que empape, que empape”), la segunda un estilo y una sofisticación que está vedada al común de los mortales. Me consta que como es habitual, amaneció. Yo ya me había retirado a los cuarteles de invierno y esa historia debe ser contada por otros. Gracias a Carmen y Ríos por su generosidad, hacen de esta ciudad un lugar mejor, alcen las copas y griten conmigo: “¡LARGA VIDA A LA FIESTA DEL TRAJE!”