Mediodía en la provincia de Jaén

Gerardo Ruiz

Disculpar el genocidio

Opinión de Gerardo Ruiz


Aquel día de abril en 1937 volaron sobre la ciudad de Jaén unos fantasmas de la muerte. Planearon sobre un pueblo indefenso e inocente, para descargar sobre él un odio almacenado durante años. En las bodegas de esos aviones se almacenaban, dispuestos para realizar su cruel y brutal cometido, las bombas que acabaron con la vida de muchas mujeres y niños.

La guerra cumplía de este modo el despiadado fin para el que se había iniciado por unos desalmados, cuyos nombres todavía se recuerdan con un orgullo inexplicable por algunos nostálgicos del franquismo.

Para enterrar en olvido las inhumanas decisiones que adoptaron, se quieren aprobar ahora en Comunidades gobernadas por el partido popular y Vox, leyes de una falsa concordia entre las dos Españas.

Habrá que recordarles que la concordia y la justicia histórica comienza con un público reconocimiento, sin matices, de aquella falta de piedad que terminó con la vida de personas que sólo cometieron el delito de pensar de otro modo.

Cierto que las atrocidades se repartieron de forma tristemente equilibrada entre los dos bandos. Pero nada puede justificar los asesinatos enmascarados después de la guerra, decretados en juicios sumarísimos de una Justicia arbitraria y cómplice con la Dictadura.



Quizás esta concordia podría empezar admitiendo, de una vez y al margen de tapujos electoralistas, como matanza indiscriminada y salvaje, la que está teniendo lugar en Gaza de miles y miles de niños y niñas, incontables ya criaturas humanas que nunca serán responsables de quienes los utilizan como escudos humanos; rechazando la venganza, ejecutada con tonos bíblicos, de un Estado falsamente democrático, a pesar de lo que dicen y pretenden justificar algunos partidos políticos y sus aliados mediáticos.
Me refiero a esa parte de la clase política de nuestro país que defiende, a ultranza y a veces con cierto fundamentalismo, unos valores cristianos, en los que me crie, y abandoné más tarde por decisión propia.

Pero que todavía tengo implantados bajo la piel de un alma que –y no consigo evitarlo- sigue viendo en mis nietas el rostro y el dolor insuperable de unos niños palestinos, que gritan bañados en sangre por nuestra falta de compasión y por los que, como en las calles de Jaén aquel día de abril del 37, lloramos también por sus vidas ultrajadas por la guerra.