Las campañas electorales no son el mejor momento para la moderación y la ponderación razonable de las ideas. La clase política suele perder en ellas los escasos atisbos de cordura que demuestra en la vida cotidiana de las instituciones representativas, para dedicarse a la práctica del tiro al blanco contra el contrincante ideológico.
A veces, esta especie de deporte cuenta con verdaderos paladines de lo hiperbólico; los que emplean sin rubor la exageración inmoral, los que elaboran falsos argumentarios para comprar los votos del electorado aún no convencido.
Porque el suyo propio, fiel e incondicional, sólo necesita que se le recuerden las maldades del Gobierno de turno, o las diabólicas leyes de una mayoría para ellos ilegítima. Se suceden pues las metáforas sobre la catástrofe que se nos avecina si votamos al “sanchismo”; esa especie diablo con cuernos que han construido algunos medios de comunicación, verdaderos profesionales del mensaje radical, difusores del miedo colectivo si los que ganan son los otros.
En la presente campaña–sin contar la interminable precampaña que la ha precedido- para estas inminentes elecciones municipales y autonómicas se ha decretado el silencio total sobre los problemas que tiene la ciudadanía de a pie en su existencia diaria.
En esta estrategia –hay que decirlo- ha sido protagonista el principal partido de la oposición. Con una dosis muy reducida de ética, el partido popular ha dictado un ideario cuyo mensaje principal han consistido en desenterrar aquella lacra ominosa del terrorismo, por fortuna para todos una patología extinta de nuestra democracia; por mucho que le pese a esa líder carismática madrileña que dirige desde la sombra su partido. Todo con el único objetivo –irrebatible- de conseguir subir unas décimas en sus perspectivas electorales y conquistar así algunos gobiernos locales o regionales.
El método electoral no me parece de recibo; además de que resulta incoherente para quienes lo utilizan; y por supuesto ficticio ante la realidad del presente y el sentido común. No es admisible; que a estas alturas se distraiga la atención sobre lo que realmente les importa a los ciudadanos de Torredonjimeno, de Cazorla o de Mancha Real, por señalar sólo unos pocos ejemplos de los casi cien municipios que componen esta provincia.
El próximo día 28 de mayo irán a las urnas posiblemente pensando en un problema, absurdo y cruel, que acabó hace tiempo. En lugar de medir la capacidad de sus futuros representantes para solucionar las necesidades que tienen, o su eficacia como gestores para dar una respuesta útil a sus demandas más perentorias, en ese espacio de la política donde radica precisamente el valor de su calidad de vida.