Despierto sintiéndome aliviada y mutilada, palpo y solo tengo una teta, falta la otra buscando que no falte mi vida. Arrancan un trozo de mi cuerpo para sanarme, y tengo suerte porque no he perdido el futuro, por ahora. Esa parte que me configuró como mujer desde los doce años, que me hizo presumir o ocultar, que amamantó a mis hijos y que intenté mantener erguida en contra de la gravedad a lo largo de los años, ya no está. Como si desapareciera un pie o una mano para siempre y hay que aprender a andar o comer de nuevo.
Desde hace tiempo me someto a revisiones cada dos años con la inmensa tranquilidad que me ofrece el informe o la falta de él, esperando no verme en esta situación y confiando en el sistema público. Si no te llaman, no pasa nada...eso creía, eso decían. Sí pasa, y mucho, es una realidad. Hay mujeres andaluzas a las que sí les ha pasado. Desconozco el número porque en un mes se ha pasado de cuatro a más de dos mil, que podrán ser cinco o diez mil, ni idea. Sólo cuatro mujeres que hayan despertado sin su pecho porque no se informó en su momento de un riesgo certero ya es mucho. Cuatro mujeres fallecidas porque se recortó en sanidad pública, son todo. La muerte es inevitable pero los momentos o las causas pueden cambiar. Ese es el fracaso, el fracaso de un sistema que presumía de avanzado atajando con la prevención e información de las mujeres afectadas para que puedan ser tratadas.
Teníamos inmensa confianza en las mamografías, en la prevención, en el cribado, en esa molesta prueba en la que te estrujan las tetas y a pesar de eso repites cada dos años sin excusa. Teníamos, ¿quién la devuelve? Me pregunto quién pensó que una correcta prueba realizada en tiempo y forma sirve escondida en un cajón, qué mente llegó a la conclusión de que la información era un peligro para el sistema, quién conocía que desde hace años no se comunicaban las sospechas y no hizo nada para salvar vidas. No puedo creer que sea alguien de carne y hueso. No se sabe quiénes son culpables, ni se va a saber nunca porque nadie es capaz de reconocerse en esa ruindad.
Puede parecer un fracaso que 5.000 o 35.000 mujeres vestidas de rosa pidan atención e información sobre su pecho o sobre su vida en las calles de Andalucía, puede parecer que sea un fracaso porque los autobuses son gratis o no parece buen momento para concentrarse. Pudiera parecer, pero lo que seguro que es un fracaso son más de dos mil mujeres en riesgo de perder su pecho o su vida por un no sé qué (se desconoce el porqué). Eso sí es un fracaso, estrepitoso, atronador. Que un sistema funcione previniendo e informando a las afectadas de las anomalías que se encuentran, y eso sin motivo conocido se desbarate, se caiga, se destroce, ese sí que es su fracaso. Estrepitoso. Grave. Terrible.
Si no te llaman, no pasa nada…
Una asociación de Mujeres ha dado la vuelta a todo. La vuelta a la prevención, la tranquilidad, a la estabilidad no sólo de su colectivo, no solo de las mujeres andaluzas, también de todo un gobierno de una gran comunidad. El movimiento de las mujeres es la mayor revolución del siglo XX, y eso se ha articulado a través de sus asociaciones. Molestas en estos momentos para algunos, pero deseadas por todos los colores, en otros. Sabemos que es difícil hacerse oír, pero muchas voces al unísono retumban y cimbrean cimientos. Ellas lo han conseguido. Valientes. David contra Goliat.
La vía de resolución nunca puede pasar por matar al mensajero y a las afectadas, y menos intentar llevarlas al ruedo político cuando solo defienden el derecho a su integridad, a su vida, a la sanidad pública y de calidad. No son las enemigas, no se equivoquen. Alzan la voz y se defienden, nos defienden. Benditas sean. Pero ellas continúan, a pesar de fotos y bulos que circulan por las redes tachándolas de hacer mala política. Señores y señoras, cuando una mujer sufre la amputación de su teta, o la de su madre o la de su hija no piensa en sus despachos ni en los votos. Se siente profundamente triste y preocupada, por su salud, por su vida, por el futuro de sus hijos sin ella, pero también por su estética, por su integridad, por su imagen o su feminidad.
Y nada de eso es superfluo, ni tan siquiera rellenar con papel o telas ese hueco que se queda en tu sujetador, ese hueco que se abre entre tu miedo y la realidad y que ya nunca se llena porque la silicona no puede con todo.
Las mujeres de AMAMA tienen todo mi respeto y admiración, y sus denuncias y voces deben ser escuchadas porque hablan desde lo más profundo de las mujeres, sin distinción, desde el derecho a la prevención e información, desde el derecho a nuestra vida e integridad. Y esto es sagrado.