Régimen Abierto

Antonio Avendaño

Antonio Burgos, cronista de la Sevilla eterna

La prensa española está de luto por la desaparición no del último pero sí del más eximio representante del periodismo costumbrista andaluz

 Antonio Burgos, cronista de la Sevilla eterna

Antonio Burgos.

Ha muerto Antonio Burgos. El columnismo andaluz en general y el sevillano en particular están de luto por la desaparición no del último pero sí del más eximio representante del periodismo costumbrista, sentimental y jaranero. La Sevilla rancia y eterna, la Sevilla eternamente rancia pierde a uno de sus más insignes baluartes, aunque hacía ya mucho tiempo que Burgos había dejado de ser Burgos: es el amargo destino que, con pocas excepciones, suele aguardar a los columnistas ingeniosos. Nadie puede ser ingenioso o brillante sin interrupción. Todos los grandes acaban imitándose tristemente a sí mismos: le ocurrió al gran Francisco Umbral y le ha ocurrido también al no tan grande pero no pequeño Antonio Burgos. Como Umbral, como Ruano, como Alcántara, como tantos otros, Burgos escribió demasiado, pero hay que decir que en descargo que seguramente no podía -no podían- hacer otra cosa que escribir demasiado.

En buena parte de los 80 y casi todos los 90, no había político sevillano de derechas que no echara un vistazo al ABC de Sevilla para que ver si Burgos lo mencionaba en El Recuadro, que fue el nombre genérico de la columna en la que durante años se despachó a gusto contra la izquierda y confraternizó sin complejos con la derecha, aunque permitiéndose ocasionales desdenes que rozaban el ultraje personal con políticos conservadores que por algún motivo, lo más probable que insignificante, no le caían bien. Juan Manuel Moreno Bonilla, antes de convertirse en ‘Huanma’, y Javier Arenas Bocanegra fueron dos de sus piezas de caza preferidas durante un tiempo.



Desde las páginas primero de ABC de Sevilla, luego desde otros medios y finalmente de vuelta otra vez al ABC, Antonio Burgos fue el referente imprescindible de la Sevilla conservadora y látigo incansable de los gobiernos socialistas, no tanto por lo que hicieran o dejaran de hacer como por el hecho mismo de ser de socialistas; de hecho, Burgos brillaba más en el artículo de costumbres que en el propiamente político, donde era un escritor muchas veces previsible y casi siempre sectario. Cabría encuadrar el l estilo literario de Burgos en lo que, no sin malicia, Juan Marsé llamó ‘prosa sonajero’ refiriéndose explícitamente a Umbral.

Alcanzó su incierta gloria en Sevilla, pero también fue de algún modo víctima involuntaria de la misma ciudad que tanto amó. El talento literario de Burgos parecía apuntar a metas más altas que rememorar con nostalgia las estrecheces pintorescas de antigua calle Torneo o marcarse los ripios de rigor como pregonero de la Semana Santa de Sevilla. El articulista de ABC estaba llamado a ocupar un sitio de honor entre los capitanes del periodismo nacional de estirpe conservadora, pero su barco embarrancó en las riberas de Sevilla. Sevilla hizo de él lo que fue pero no le dejó ser lo que pudo haber sido. La misma maldición sufrieron antes que él nombres relevantes de las letras, como Joaquín Romero Murube o Juan Sierra, grandes poetas ambos cuyo amor a Sevilla acabó operando como una especie de grillete literario y sentimental que limitó irreparablemente el vuelo literario que prometía el mucho talento que atesoraban. 

Pero lo peor de Burgos son, cómo no, sus herederos. A otros maestros del periodismo les sucedió lo mismo, aunque en el espeso tropel de seguidores siempre acababa sobresaliendo alguno. Umbral fue digno émulo de Corpus Barga o de Ruano, como Manuel Gregorio González lo es, en una clave ideológica distinta, del propio Umbral. No todo, pues, es morralla entre quienes siguen la estela de los grandes.

La muerte se lo ha llevado con 80 años. Desde el pasado miércoles 20 de diciembre Antonio Burgos sabe algo que nosotros todavía no sabemos. Ha pasado, como dijo el clásico, a la vida que no conoce la turbación ni el oleaje. La que tuvo en este mundo fue una buena vida. Conoció el éxito profesional y el aprecio de sus muchos lectores. La inspiración no siempre le fue esquiva: algo que pocos de su oficio pueden decir. Descanse en paz.