Régimen Abierto

Antonio Avendaño

Aunque todo sea barro, no es lo mismo tinaja que jarro

Si hay mentiras que triunfan y verdades que nunca llegan a serlo del todo es, sin duda, porque el periodismo más pode-roso no está haciendo bien su trabajo

La política está envenenada, quién la desenvenenará, el desenvenenador que la desenvenene buen desenvenenador será. Determinar quién empezó primero a emponzoñar las aguas de la legislatura es problemático: basta con señalar a uno de ellos para que los suyos se apresten a acusar de envenenador y partidista al propio juez, y vuelta a empezar.

Los partidos políticos son enemigos -o adversarios, si se prefiere- en el mismo sentido en que lo son dos equipos de fútbol durante la disputa de un partido. El reglamento recorta la libertad de los jugadores y es ciertamente una constricción al juego, pero es también lo que lo hace posible. No hay competición que pueda llamarse tal si no hay reglas; tampoco hay competición si, de forma arbitraria o aleatoria, dejan de aplicarse las normas que la rigen.



Una de las singularidades más novedosas de la batalla política en nuestro tiempo es que la diferenciación clara e inequívoca entre verdad y mentira o bien ha dejado de existir o bien opera como tal solo en determinadas y muy tasadas circunstancias. El binomio verdad/mentira, referido a los hechos mondos y lirondos, nunca fue un artículo más del reglamento que rige la confrontación democrática, sino más bien el artículo que daba sentido y sostenía todos los demás: volviendo al fútbol, si hay un penalti claro, inequívoco, con certificación del VAR incluida, pero, aun así, la mitad de la grada ha sido convencida de que no lo ha habido, el juego se devalúa hasta tal punto que a la postre se torna imposible.

Si, formalmente y respetadas todas las garantías, un particular es acusado de fraude fiscal pero una lideresa a quien votan y en cuya palabra confían millones de personas sostiene que no hay tal fraude y que la acusación judicial es fruto de una persecución política, todos, y no meramente la presidenta mentirosa, tenemos un problema. Si hechos que son inequívocos dejan de ser considerados tales, la corrosión comienza a devorar esa viga maestra de la democracia que es el binomio verdad/mentira. Más pronto que tarde, la viga se quebrará bajo el peso de nuevas falsedades.

Naturalmente, para que todo ello ocurra es precisa la colaboración de otros actores, además de los políticos. Si hay mentiras que triunfan y verdades que nunca llegan a serlo del todo es, sin duda, porque el periodismo más poderoso no hace bien su trabajo. No es que en el pasado no existiera la mentira en la política, de hecho siempre ha existido: lo que sucedía es que era posible detectarla, acotarla, desacreditarla, neutralizar sus efectos deletéreos y poner a buen recaudo al mentiroso. Las mentiras de Richard Nixon no eran menos mentira que las de Donald Trump, pero al primero le costaron su carrera política mientras que la del segundo ha sido catapultada por ellas. La escalofriante disparidad entre ambos destinos ilustra una decadencia de la verdad cuyas repercusiones futuras pueden llegar a ser terribles.

Si en el juego de la política una de las partes viola impunemente el reglamento, será solo cuestión de tiempo que la otra acabe haciendo lo mismo: aunque inicialmente se niegue a hacerlo, sus seguidores se lo exigirán, enfurecidos por el juego sucio del adversario. La política se parece a la guerra, y en la guerra está taxativamente prohibido poner la otra mejilla. Pero que la política se parezca a la guerra no significa que no tenga reglas; de hecho, son esas reglas, sostenidas sobre el binomio verdad/mentira, las que hacen posible la política, del mismo modo que el aire que la paloma kantiana consideraba un obstáculo para volar más rápido era en realidad lo que había posible su vuelo.

Aunque históricamente los medios han ejercido el papel de árbitros en la contienda política, hoy su papel está peligrosamente devaluado porque muchos de los colegiados, por muy colegiados que sean, ya no son de fiar. Y no son de fiar porque cuando hay una tangana en el campo, demasiadas veces el árbitro se mete él mismo de cabeza en ella en vez de poner paz y sancionar a los culpables, como es su deber.

Es un hecho que tanto en Europa como en Estados Unidos la derecha cuenta con mayor número de grandes periódicos y emisoras de radio y televisión que la izquierda. Sin ese poderío mediático donde tantos gestores y periodistas han traicionado el papel de árbitros leales que les ha sido asignado por el sistema democrático, las mentiras de Trump no serían tomadas por verdades por tantos millones de norteamericanos. Nixon no tuvo la suerte de contar con el descaro arbitral que exculpa y protege al turbio magnate del pelo naranja.

La izquierda, mientras, se mira a sí misma y concluye, satisfecha, que, aun no siendo una santa, puede aplicarse a sí misma el certero refrán que asegura que “aunque todo sea barro, no es lo mismo tinaja que jarro”. Ciertamente, en materia moral la derecha suele ser mucho más descarnadamente práctica y realista que la izquierda; considera que está permitido mentir si es por una causa justa (en el sobreentendido de que el tribunal que determina la justicia de una causa es, naturalmente, la propia derecha). Lo malo, sin embargo, es que, una vez iniciada la guerra, la cuota de ética y escrúpulos que albergue cada bando es irrelevante, pues, como bien sabían los antiguos y certifican hoy tipos como Trump, lo que cuenta entonces es otra cosa. Esta: ‘Vinieron los sacaremos/ y nos molieron a palos,/ que Dios ayuda a los malos/ cuando son más que los buenos’.