Macarena, Macarena, quién te ha visto y quién te ve, ayer esperanza blanca de la Furia y de la Fe y hoy vagando por España sin partido y sin cartel, Macarena, Macarena, quién te ha visto y quién te ve, enfermita ocasional que te vino Dios a ver para curarte unos males inventados anteayer, colérica pues te birlaron la nómina de ochomilquinién.
Arrancamos con un romance macarrónico, burlesco y mal medido para despedir como se merece a la exdiputada andaluza y granaína, casi na, Macarena Olona, a quien su partido cerró ayer definitivamente las puertas después de haberse visto obligado durante varias semanas a jugar al juego del escondite con quien, tras haber sido la gran baza del neofascismo español, defraudó a sus jefes y engañó a sus electores dando la espantada con la excusa de que una grave enfermedad desaconsejaba la exposición pública que exige el comprometido oficio de la política. Sin embargo, poco después de revelar a la cristiandad su misteriosa dolencia, trotaba tan campante por los alcores y ribazos del Camino de Santiago.
Macarena Olona es un bluf. Bluf en tanto que persona revestida de un prestigio falto de fundamento y bluf en el sentido de política dada a la fanfarronería pero sin tener lo que hay que tener para hacer realidad sus fanfarronadas. Si el relato de su enfermedad no es un cuento, lo parece, pues nunca se tomó la más mínima molestia en aportar a los votantes que habían confiado en ella ni la más insignificante pista que diera verosimilitud a su dolencia.
Ateniéndonos a la doctrina de la navaja de Occam, que aconseja quedarse con la explicación más sencilla, lo más probable es que Olona se sintiera profundamente herida en su orgullo y decepcionada en su honrilla al ver los pobres resultados electorales del 19 de junio. El Juan Manuel Moreno a quien había despreciado en campaña y seguramente sigue despreciando ahora le hizo morder el polvo, a ella, sí, nada menos que a Ella, toda una abogada del Estado humillada por un burócrata de partido sin oficio ni beneficio pero con el talento, la suerte y la determinación suficientes para lograr una rotunda mayoría absoluta y sumir a Vox en la primera gran crisis desde su fundación.
A la decepción por unos resultados electorales que la condenaban a pasarse cuatro años amarrada al banco de la oposición sin posibilidad alguna de influir ni, lo peor de todo, de brillar, ha de sumarse que su partido no quiso compensarla con algún cargo orgánico dotado de un buen salario con el que complementar los 4.000 miserables euros mensuales que habría cobrado en el Parlamento autonómico y acercarse así a los casi 8.500 que percibía en el Congreso de los Diputados.
¿Qué hará ahora? ¿A qué obedecen sus coqueteos con el exbanquero y expresidiario Mario Conde, condenado por saquear Banesto? ¿Acaso piensan crear un nuevo partido? ¿Aspira Olona a convertirse en la Giorgia Meloni española? ¿Con qué dinero? ¿Con qué apoyos? Es poco probable que se embarque en una aventura de esa naturaleza y menos probable aún que, de embarcarse, triunfe en ella. Hoy por hoy, todo el territorio hispanofacha está ocupado por Abascal y los suyos.
Aun así, es pronto para saber cuál será finalmente el destino de Olona, quien, como otras y otros abogados del Estado metidos a políticos, ha demostrado que se puede ser un águila aprobando oposiciones pero un zopenco en el arte de la política.
En todo caso, Olona no es propiamente un juguete roto porque la gente como ella no suele romperse. Su combustible vital es su propia furia. Si el halcón maltés de John Huston estaba hecho con el material con que se forjan los sueños, la Macarena Olona política lo está con el material con que se forjan los odios, las injurias, las abominaciones.