Régimen Abierto

Antonio Avendaño

Malos tiempos para meterse en política

A Moreno le dieron calabazas varios profesionales con alta cotización en el sector privado a los que no pudo convencer de que entraran en su Gobierno

 Malos tiempos para meterse en política

Foto: EFE

Juanma Moreno

Las personas que se dedican a la política son en su mayoría personas honorables, pero la política como tal ha dejado de ser considerada por un altísimo número de ciudadanos una dedicación profesional honorable. De ahí los votos –más simpatía– con que cuentan los Trump, los Salvini, los Abascal o las Meloni, bucaneros que surcan los azarosos mares de la política en busca de democracias fatigadas a las que desacreditar, adulterar y finalmente hundir.

No navegan bajo la bandera de las dos tibias y la calavera, sino bajo el furioso pabellón de la discordia. Son los herederos de la estirpe, entre infame y grotesca, fundada por los Gil y Gil, los Ruiz Mateos o los Berlusconi, a su vez retoños posmodernos y tardíos del fascismo europeo nacido de las cenizas de la Primera Guerra Mundial, enterrado bajo los escombros de la Segunda y renacido en pleno siglo XXI, flor venenosa abriéndose paso entre las grietas de los castigados muros de la democracia.

Personas de relevancia profesional en el sector privado con las que ha contactado el presidente andaluz para ofrecerles distintas consejerías le han dicho que no, según reveló el propio Juan Manuel Moreno cuando presentó su Gobierno la semana pasada. Le dijeron no por varias razones: porque en el sector público se gana mucho menos dinero, porque las incompatibilidades son muy severas y porque en política se está se está muchísimo más expuesto que en la empresa.



Al saberse por Moreno que la cifra de calabazas recibidas ha sido significativa, pues de no serlo el presidente no habría hecho alusión a ellas, cabe sospechar que el par de fichajes del sector privado que le han dicho que sí tal vez sen nombres ya en decadencia en su actividad profesional. En realidad, del sector privado propiamente solo hay un fichaje, como mucho uno y medio: el fichaje entero sería antiguo ejecutivo de Heineken y hasta ahora del Sevilla FC Jorge Paradela y el medio fichaje sería Arturo Bernal, que estuvo en su día en la empresa privada y ha recalado ahora en la Consejería de Turismo, Deporte y Cultura pero tras varios años en cargos políticos, el último como director de la empresa pública andaluza Extenda. De Paradela se conocen pocos antecedentes políticos; de Bernal, en cambio, se sabe es uno de esos independientes de derechas de toda la vida. Al no haber podido fichar a quien quería, el presidente ha tenido que quedarse con quien podía: es muy probable que algunos de los ‘pata negra’ del PP incorporados al Ejecutivo lo hayan sido por descarte.
Juan Manuel Moreno sufre así en carne propia las tempestades que provocan los vientos sembrados durante décadas por la derecha española, que hacia finales de la década de los ochenta recurrió por primera vez a la demonización del salario de políticos. Una de las razones de aquella desleal ofensiva era que se sentía impotente para desalojar a Felipe González del poder. Más allá de que la crisis y los tiempos antipolíticos de hoy no lo permiten, al haber hecho el PP andaluz durante tantos años bandera de lo caros que nos salen los políticos, no puede hacer ahora lo que necesita y le gustaría hacer: mejorar el salario de los consejeros para poder fichar gente de más nivel.

A su vez, para hacer el mejor Gobierno posible el presidente de la Junta habría necesitado aumentar el número de consejerías no en dos más, como ha hecho, sino quizá en tres o cuatro más, hasta situarlas en torno a 15. Pero tal cosa también era imposible, y por la misma razón que la congelación de los salarios: porque el PP de Andalucía viene haciendo desde hace años bandera del recorte de consejerías y ministerios, desacreditando estúpidamente todo incremento de los mismos.

Con dos consejerías más, Juan Manuel Moreno podría haber mantenido un departamento propio para Cultura, en vez de ningunearla incluyéndola en Turismo y Deporte, a cuyo titular Arturo Bernal solo se le conoce una incursión directa en el mundo de la cultura: fue en 2018, cuando publicó –y luego borró– un tuit sobre los cineastas españoles, a los que llamó “cuadrilla de ingratos que viven o han vivido de las ayudas de un país al que no paran de denostar porque eso es ser progre y moderno". Con independientes así, el Gobierno del PP no necesita tirar de afiliados.

En todo caso, el descrédito de la política que los populistas han convertido en su red preferida para pescar votos no habría sido posible sin el concurso del periodismo, que también ha participado muy activamente en denigrar la imagen de los políticos e incluso la idea misma de la política. Periodistas y políticos comparten la trascendental función en cualquier democracia de gestionar el espacio público, pero no parece que lo estemos haciendo demasiado bien, pues si el lenguaje público se devalúa, se trivializa o se encanalla, la responsabilidad no es solo de la gente anónima y cerril que cabalga sin freno por internet, sino también y sobre todo de quienes de algún modo administramos el vocabulario público e imprimimos un determinado tono a la conversación social.
De algún modo, los periodistas hemos convertido a los políticos en los malos de la película. Para nosotros, todos ellos son por definición gente bajo sospecha. No solo en Andalucía. Ni siquiera en España. Sucede en toda Europa y en América, donde para el periodismo los políticos siempre son culpables salvo que se demuestre lo contrario.

Entre los periodistas británicos se ilustra con humor este debate sobre el cinismo de la profesión con la frase, ya célebre, que pensaba para sus adentros cierto reportero mientras entrevistaba a un destacado político: “¿Por qué –se preguntaba mientras escuchaba educadamente las respuestas– me miente este cabrón mentiroso?”.

Al examinar a los políticos, el periodismo se siente cómodo manejando un tono a medio camino entre la sospecha, el sarcasmo, la causticidad y, por supuesto, el cinismo. Si abandonas ese enfoque mordaz, advierte el periodista de The New York Times y la BBC Mark Thompson, “te arriesgas a que te tomen por pardillo o algo peor”.

Lo singular del caso es que quienes con más ahínco y ferocidad están todo el santo día denigrando a los políticos son los propios políticos. Extraño oficio el suyo. Paradójica profesión. No deben mentir, pero tampoco deben decir toda la verdad. Sí la verdad, pero nunca toda la verdad. Como aquel espía de Borges resignado a la infamia, para servir honorablemente a su patria el político está obligado a utilizar una munición no siempre honorable. No es nada raro que al presidente le hayan dado tantas calabazas.