Malos tiempos para el matiz, la precisión, el dato. Los clérigos que ofician las campañas electorales sirven a la diosa Brocha Gorda, ante cuyos altares se sacrifica cada día todo cuanto es susceptible de sacrificar: los hechos, las conductas, las intenciones, el pasado. Como aquel personaje del anuncio que amenazaba con dejar la partida si el resto de jugadores no aceptaba su personal definición de ‘pulpo como animal de compañía’, las derechas realmente existentes han convertido el terrorismo inexistente en protagonista estelar de la campaña de las elecciones municipales y autonómicas del próximo día 28.
ETA está muerta y bien muerta, pero hay quienes aseguran no solo que está tan viva como siempre aunque haya dejado de matar, sino incluso que ha ganado la guerra contra el Estado. Que casi todos sus dirigentes y activistas hayan sido juzgados y condenados y acabado con sus huesos en prisión y que quienes defendían y justificaban el asesinato como herramienta política hayan dejado de hacerlo no son, al parecer, argumentos suficientes para convencer a los negacionistas. Quienes así piensan se parecen no poco a esos intelectuales izquierdistas que nos quieren convencer de que la Transición fue un invento del franquismo para seguir mangoneando el país y vendernos como democracia un sistema político que en el fondo sigue siendo franquista. Cuando la fe es capaz de mover tales patrañas, no hay mucho que hacer.
Ahora bien, que el independentismo vasco haya dejado de matar y extorsionar para conseguir sus objetivos políticos no significa que sus herederos hoy sentados a la mesa de juego de la democracia sean la mejor compañía para una organización como el Partido Socialista, contrario a los separatismos y defensor, Constitución en mano, de la unidad de España. Sabemos que, debido a las malas compañías parlamentarias del Gobierno, hay votantes socialistas que están decididos a dejar de serlo, pero no sabemos cuántos son. El Partido Popular y Emiliano García Page están procurando que sean el mayor número posible, pero no podremos echar la cuenta hasta después del 28-M. El CIS detecta hasta un 23 por ciento de indecisos, pero el sentido común aconseja rebajar significativamente ese porcentaje, pues no pocos de quienes confiesan no saber a qué partido van a votar, en realidad lo saben perfectamente pero prefieren no decirlo.
Al menos durante el primer tramo de campaña, la conversación nacional está girando en torno a ETA tras conocerse la presencia de varias decenas de excondenados por terrorismo en las candidaturas de Bildu. El buen entendimiento con la coalición abertzale empezaba a ser una herida apenas visible en el vasto lomo del socialismo español, un estigma al que los adversarios de Pedro Sánchez habían dejado de prestar atención hasta que, muy oportunamente, el Colectivo de Víctimas del Terrorismo (Covite) denunció que 47 condenados por terrorismo -siete de ellos con delitos de sangre- concurrían tan ricamente a las elecciones.
La presencia de asesinos retirados en las listas vascas ha abierto la antigua llaga: el olor de la sangre ha despertado el instinto depredador de los tiburones populares. Desde hace días, los escualos fuertemente derechizados del periodismo y la política persiguen incansables el rastro de esa sangre imaginaria, y no tanto o no sobre todo por solidaridad y compasión hacia las víctimas como por motivos de índole estrictamente electoral. Creen que pueden con ello menoscabar las expectativas del PSOE y tal vez no les falte razón. Pronto lo sabremos.
Pero tampoco en todo este turbio debate la izquierda política y mediática juega del todo limpio consigo misma al negarse a admitir que, se mire como se mire y aunque ETA dejara de matar hace más de una década, Bildu es una mala compañía parlamentaria para el Partido Socialista. Como lo es Esquerra Republicana de Catalunya. Ambos son socios legítimos y hasta impecablemente democráticos si se quiere, pero no por ello dejan de ser fuertemente problemáticos y potencialmente capaces de espantar a un número significativo aunque todavía incierto de votantes socialistas.
La democracia venció al terrorismo, pero no ha derrotado al independentismo, y no va a serle fácil derrotarlo porque, al contrario que el terrorismo, el independentismo no es menos democrático que el unionismo. Las derechas creen, y es lo que les pide el cuerpo, que es lícito combatir el separatismo con armas antidemocráticas -policía patriótica, etc., etc.-, mientras que las izquierdas piensan que la mano dura, y no digamos la guerra sucia del Estado, agrava antes que resuelve esta clase de conflictos. El PP actúa como un halcón con Bildu pero como una paloma con Vox; el PSOE, justo al revés.
La izquierda afea al PP sus alianzas con Vox, pero no tiene nada que decir de unos aliados propios cuya deslealtad al Estado constitucional está sobradamente probada. Nos indigna y sulfura el más leve matiz informativo erróneo sobre nuestro partido, pero damos por buena cualquier burda inexactitud, exageración, exabrupto o mentira sobre los partidos contrarios. Otra cosa bien distinta es que la acción del Gobierno Sánchez en estos casi cuatro años haya estado influenciada de una forma significativa por sus socios separatistas. No parece que haya sido así. El Ejecutivo puede presumir de una hoja de servicios si no de sobresaliente, sí de notable alto. Puede que sus compañías no sean las mejores, pero sí lo son sus obras. Por eso en esta campaña la derecha está centrando su batalla en las primeras y no en las segundas: con las compañías tiene dinamita; con las obras, pólvora mojada.