“Nunca aprenderán. Los contemplo gimiendo tristes por las calles de Jaén, pidiéndome que haga llover mientras pasean mi figura doliente bajo un cie-lo sin una sola nube, y me entra una pena grandísima por todos ellos. La última vez que me sacaron fue en el 49, cuando la pertinaz sequía. Pobres gentes. Se agostan los olivares de La Loma, del Condado, de Sierra Mágina, se muere de sed la vega de Andújar, agoniza El Tranco. Han venido de toda la provincia para sumarse a la rogativa del obispo Sebastián. Me piden que les traiga la lluvia, están desamparados y tienen miedo; actúan como lo ha-cían en el pasado los indios y los negros con aquellas danzas que fueran ob-jeto de tanta mofa y tanta burla por quienes presumían de racionales y aun de cristianos. Los dioses de África y América nunca lograron que lloviera como Dios manda, y eso que sus fieles nunca se dieron por vencidos. Como creyentes, morenos y cobrizos siempre fueron ejemplares, no como otros que yo me sé…
Pero tampoco, ay, yo puedo hacer que llueva. En eso no soy mejor que mis colegas de otros continentes. Ya me gustaría, ¡no te digo!, pero la lluvia tiene sus leyes y yo no puedo cambiarlas. No sé si mi Padre puede. Supongo que sí, pero la verdad es que con Él nunca se sabe. Su silencio inconmovible y eterno siempre tuvo algo de aterrador, y no solo para los hombres, también entre los habitantes de aquí arriba el silencio de Dios ha sido objeto de no pocas habladurías. Jehová siempre fue un Padre difícil, y si no, que se lo pregunten al pobre Job.
Por lo demás, aunque aquí en el Cielo todos, a nuestra manera, seamos así como un poco ecologistas, no podemos enderezar de un día para otro las leyes naturales que los hombres han torcido a causa de avaricia y su mala cabeza. Los veo en este luminoso Primero de Mayo andaluz rezando de corazón bajo las calles de la ciudad y se me cae el alma a los pies. ¡Ya quisiera yo tener el mando supremo sobre los elementos! Además, yo nunca dije que fuera Dios, sois vosotros quienes os habéis empeñado en que lo soy. Lo único que dije es que mi reino no era de este mundo, pero vosotros seguís obcecados en que sí lo es. Por eso sois tan cansinos solicitándome una lluvia que no puedo daros.
Me duele decirlo porque son algo ateos y nunca serán de los míos, pero, en este asunto en particular, a los descreídos de Jaén Laica los veo como más cristianos que a mis propios seguidores. Dicen que menos rogativas y más respeto a las leyes de la naturaleza. Aunque su vocabulario no sea el que utilizamos por aquí arriba, llevan razón al poner el acento en los gases de efecto invernadero (¡Dios mío, si el Jefazo me oyera hablar así!). Los laicos no creen en mí ni en mi Padre, pero sí en la sagrada legislación que rige el funcionamiento de los climas y los océanos y hace posible la vida de las especies. Han sido ellos quienes han exhortado al bueno del obispo de Jaén a “acompañar sus oraciones con actuaciones prácticas, ante esta situación de emergencia climática sin precedentes en la que nos encontramos; actuaciones que exijan el compromiso y el cumplimiento de medidas ambientales efectivas, que realmente protejan el buen uso del agua, y que ayuden a mitigar el deterioro de las condiciones de vida de este pequeño planeta”. Lo malo es que luego -la cabra tira al monte- añaden que este pequeño planeta “no fue creado por ningún dios”, y ahí sí tengo que mostrar mi discrepancia; mi Padre se pone hecho una furia cada vez que escucha esas cosas, pero ya digo, mi Padre es mi Padre y yo soy yo. Él es muy de mayúsculas, pero yo soy más de minúsculas. Tengo más manga ancha, estuve ahí abajo el tiempo suficiente como para conocer de qué pasta están hechos los hombres, los pobres dan de sí lo que dan de sí, nunca han querido ver las orejas del lobo que tienen encima porque ellos lo han llamado a gritos. No me molesta que me saquen en rogativa, vale, sin problema, hermanos, se agradece, pero lo que de verdad quiero es que se tomen en serio las causas de la falta de lluvia que ellos mismos han provocado. ¡Ya querría yo tener el poder que me atribuyen quienes creen en mí! Mi negociado es el corazón de los hombres, no el cambio climático. El cambio climático es cosa de los hombres, no mía. Lo más que puedo hacer es sumarme a sus oraciones, pero no para llenar de nubes el cielo de Jaén sino para cambiar el corazón de los hombres. Eso sí que sería un milagro. Yo creo que ni mi Padre podría lograrlo aunque se lo propusiera, que ya os adelanto yo que no se lo va a proponer porque Él anda es sus cosas, unas cosas que nunca, por cierto, nunca nunca, maldita sea, sabemos cuáles son exactamente”.