Régimen Abierto

Antonio Avendaño

Sáhara: un delito de lesa fraternidad

Nunca fue tan verdad que todo un país se enteraba por la prensa de una decisión gubernamental de tanto alcance político e impacto emocional

 Sáhara: un delito de lesa fraternidad

Foto: EXTRA JAÉN

Las manifestaciones se suceden a lo largo de todo el país.

Hasta el viernes de la semana pasada, España era, junto con Argelia, prácticamente el único país de peso que apoyaba la celebración de un referéndum de autodeterminación en el Sáhara Occidental. Desde ese 18 de marzo, fecha en que Rabat filtró a la prensa la carta del presidente Pedro Sánchez asumiendo explícitamente la posición de Marruecos, los saharauis están aún más solos y desprotegidos de lo que no formalmente pero sí materialmente venían estando desde hace décadas.

En teoría y sobre el papel, la autodeterminación del Sáhara que Rabat siempre quiso rebajar a una autonomía bajo su jurisdicción nacional tenía el respaldo de la ONU. Y de España. En la realidad, nunca fue así: desde hace años, los sucesivos gobiernos españoles se han limitado a ponerse de perfil, aunque aparentando que daban la cara y apoyaban sinceramente las aspiraciones nacionales del pueblo saharaui.

El sorpresivo cambio operado por el Gobierno de Pedro Sánchez consiste básicamente en dejar de ponerse de perfil para ponerse… de espaldas. Se acabaron los disimulos. Adiós a la hipocresía diplomática como homenaje que el vicio rendía a la virtud: España ha dejado de simular que es favorable a un Sáhara virtualmente independiente de Marruecos.

Para las familias españolas que desde hace décadas vienen acogiendo cada verano a niños saharauis procedentes de los campamentos del desierto, el giro de la Moncloa las ha dejado sin habla. Desde el año 1995 en que se puso en marcha el programa ‘Vacaciones en paz’, en torno a un centenar de niños saharauis han venido cada verano a la provincia de Jaén para pasar unas semanas con sus familias de acogida. En toda España, la cifra anual se aproxima a los 10.000, aunque el programa quedó interrumpido el 2020 por la pandemia del coronavirus. El vínculo de esas familias con el Sáhara no es solo político, es sobre todo emocional, y en política hay que poner buen cuidado de no menospreciar las emociones de la gente.

Pero no solo las familias se han quedado sin habla: también los socios de Unidas Podemos que comparten gobierno con el PSOE y también a los propios militantes y votantes socialistas, que no acaban de salir de la perplejidad. Su partido ha cambiado de posición y ellos se han enterado por la prensa. Nunca fue tan verdad que todo un país se ha enterado por la prensa de una decisión gubernamental de tanto alcance político e impacto sentimental.

Unos días después de conocer la noticia, un antiguo e importante exdirigente socialista andaluz resumía, en privado, su opinión sobre el cambio del Gobierno español en estos expresivos términos: “Otra vez, Pedro ha vuelto a pasarse el partido por el forro”. Su frase literal fue algo más procaz, pero transcrita así se entiende de sobra.

El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, fracasó este miércoles en el Congreso en su intento de convencer a los socios parlamentarios del Gobierno de que en realidad España no ha cambiado de posición. Sí que lo ha hecho pero no abiertamente, sino por la puerta de atrás, lo ha hecho con un sigilo impropio de un Gobierno democrático y de izquierdas. Pedro Sánchez tiene perfecto derecho a abandonar de una vez por todas de los disimulos de sus antecesores, pero no tiene derecho a hacerlo así.

En realidad, a la diplomacia española le asisten buenas razones para optar por una política más realista, pues también quienes apoyan el derecho de autodeterminación de los marroquíes llevan largos años engañándose a sí mismos al pensar que podía haber un Estado saharaui viable en lo que Marruecos llama sus provincias del sur. Los marroquíes jamás lo consentirán. Para los marroquíes, no para el rey Mohamed VI o para el Gobierno, sino para los ciudadanos de a pie el Sáhara Occidental es tan marroquí como Tánger o Casablanca. Su marroquinidad no admite discusión.

Añádase a ello la miserable vida que desde hace casi 50 años arrastran en los campamentos argelinos del desierto los más de 170.000 refugiados saharauis –la cifra está sujeta a controversia– que se vieron obligados a huir de su tierra. Si ya se sentían, con razón, humillados, ofendidos y olvidados, el giro de la posición española les ha dado el golpe de gracia. Aunque ya sospechaban que el Frente Polisario jamás podría vencer a Marruecos, ahora saben que su única posibilidad de volver a casa es hacerlo bajo la jurisdicción de Rabat y como súbditos del odiado Reino de Marruecos. España ha cometido con ellos un pecado de lesa fraternidad.

Aunque sobre el papel la autonomía que Marruecos propone para el Sáhara es avanzadísima, al estilo de la existente en España –los saharauis tendrían su propio Parlamento y su propio Gobierno elegidos democráticamente y con amplias competencias exclusivas, además de disponer de otros órganos legislativos, ejecutivos y judiciales propios–, todo hace pensar que, al no ser Marruecos un Estado democrático, podrá incumplir lo pactado impunemente: de hecho es lo que viene haciendo desde décadas.

Baste recordar que a lo largo de los años noventa favoreció la emigración a territorio saharaui de más de 100.000 colonos (que naturalmente votarán en el referéndum de autonomía), boicoteó cuanto pudo la configuración del censo mayoritariamente compuesto por saharauis y levantó una cadena de muros defensivos de más de 2.700 kilómetros y fuertemente militarizados para proteger toda la franja occidental del Sáhara que ocupa y administra como si fuera territorio nacional.

En el contencioso del Sáhara todos los actores, salvo quizá Marruecos, llevan décadas engañándose a sí mismos: la ONU, España, Argelia, los saharauis, el Frente Polisario… Pedro Sánchez ha decidido dejar de hacerlo pero a un precio exorbitante: engañando a su socio de Gobierno, a su partido y a sus votantes.

Los españoles veníamos practicando con los marroquíes una solidaridad ambivalente: en el mejor de los casos, una solidaridad sincera pero sin horizontes; en el peor, una solidaridad remota, acomodaticia y facilona, una solidaridad de telediario. El giro del Gobierno ha sido una bofetada de realidad, pero tan súbita e inesperada que no se la vamos a perdonar fácilmente.