Sobre nuestras piedras lunares

Manuel Montejo

El patrimonio de la memoria

La labor como arquitecto y urbanista de Luis Berges Roldán está fuera de toda duda, pero con sombras que no debemos ignorar

Jaén, nuestro Jaén, tiene numerosas carencias. El listado es enorme y todas las conocemos: sociales, económicas, recursos e infraestructuras, etc. Entre ellas, una de las más preocupantes, y denunciadas (aunque, por lo que parece, nunca lo suficiente), es el abandono de nuestros bienes culturales, algunos en alarmante estado de deterioro, lo que pone en riesgo la memoria colectiva y la identidad de Jaén.

A pesar de ser ricos en Historia y Patrimonio, diversas edificaciones emblemáticas, que en su momento fueron pilares de la comunidad, se enfrentan hoy a la desatención: desde la antigua parroquia de San Miguel, al cementerio de San Eufrasio y los restos arqueológicos de la Judería de Jaén, pasando por Marroquíes Bajos, muchos de nuestros tesoros patrimoniales están cayendo en el olvido.



La protección del patrimonio no es sólo una responsabilidad institucional (aunque es en nuestras Administraciones donde debemos encontrar los principales responsables), sino un deber de todos los jienenses, ya que su conservación fortalece la identidad y el sentido de pertenencia de todos nosotros. Cuando se pierde Patrimonio no sólo se pierden las estructuras físicas sino parte de la memoria colectiva, de las personas, acontecimientos y vivencias ligadas a esos monumentos. La memoria colectiva necesita de lugares donde encarnarse y representarse y la desaparición de nuestros referentes materiales puede conducir a una desconexión con el pasado y una pérdida de cohesión, de pertenencia y, por tanto, de ser jaenero. El Patrimonio es nuestra historia y, también, nuestra memoria.

En “Historia de la eternidad”, Borges nos decía que "la identidad personal reside en la memoria y que la anulación de esa facultad comporta la idiotez." De la misma forma, un casi desconocido filósofo español nos advierte de que “aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”. Trasladado este pensamiento al estado de nuestros bienes histórico-artísticos, podríamos decir que Jaén ha vivido de espaldas a su Patrimonio, al que desapareció y al que ha logrado salvarse de la sistemática destrucción a la que nos han sometido. Nosotros todos, somos responsables de ese olvido y, por tanto, de la pérdida que supone en muchos aspectos.

A pesar de que heredamos un patrimonio cultural significativo, desgraciadamente no tomamos la decisión de conservarlo como un preciado legado para el futuro, no contamos con unas instituciones, partidos ni asociaciones que apostaran por su conservación o rehabilitación, ni fuimos una ciudad que invirtiera recursos e imaginación en su Patrimonio y ahora pudiera sentirse orgullosa de un pasado que la hubiera hecho lo que es. Es justo reconocerlo: no hemos estado a la altura de las circunstancias con lo nuestro, con lo de todos. Creo que todos tenemos muy claro que nuestro futuro es, al menos, complicado, pero no sé si somos igual de conscientes de que lo que sí hemos perdido definitivamente es gran parte de nuestro pasado.

Como decíamos antes, la relación entre el Patrimonio y la memoria se establece porque los bienes materiales permiten la transmisión histórica. Son lazos invisibles que unen una generación con la siguiente al alimentar el sentimiento de pertenencia colectivo, una trayectoria compartida más allá de lo individual, que da sentido a nuestro presente y a nuestro futuro común. Esa memoria colectiva reside en el Patrimonio y es alimentada por él. Además, el Patrimonio Histórico nos enseña que la ciudad es de todos, que es parte de una historia que nos pertenece, ya que el trabajo de nuestros antepasados, de todos los que hicieron la ciudad antes que nosotros, nos legó bienes colectivos.

Por todo ello es un error olvidar. Recordar la historia no tiene por qué ser un acto de melancolía, de pasividad ni de resignación, sino el punto y aparte para establecer un vínculo entre pasado y presente, una determinación para conservar lo que es de todos y no permitir más pérdidas, ni más olvidos. Conocer el pasado permite aceptarlo con vocación de cambiarlo, como un ejercicio colectivo de autoestima y determinación.

No hay nada más triste que una persona sin memoria, que no sabe ni quién es, ni cuál es su historia. Lo mismo se podría decir de una ciudad que no sabe cómo era ni por qué dejó de ser lo que era. Cuando hablamos del Patrimonio olvidado de Jaén, todos pensamos en el que se conserva a duras penas, del que está a punto de desaparecer. Pero, ¿pensamos en lo que ya no está? Porque la desaparición de Patrimonio no sólo supone una pérdida material sino un borrado de parte de la memoria colectiva: la ausencia de un bien cultural cualquiera contribuye al olvido, a que se pierda la memoria de su significado, de lo que significó para Jaén y hasta de los avatares de su propia historia. Recordemos pérdidas más o menos recientes, desaparecidas bajo el miope y cortoplacista llamamiento a la modernidad y el desarrollismo, algunas de las cuales pueden estar aún en la memoria viva de muchos jiennenses: el Teatro Cervantes, el Convento de San Francisco, el Acueducto del Carmen, alguna de las magníficas puertas de la muralla como la de Santa María y la de Noguera, El Portillo de las Cadenas y la Torre de Alcotón, etc.

La memoria es un bien preciado y podríamos pensar que también es otra de nuestras carencias. Una ciudad que condena al ostracismo a algunos de sus hijos más brillantes tampoco puede guardar silencio sobre los errores del pasado, porque ambos forman parte de la memoria colectiva. No podemos ser una ciudad que expulsa y olvida a los suyos, que no es capaz de ser agradecida ni reconocer los logros, por envidia o desidia. Ni tampoco un Jaén que guarda silencio por miedo al “qué dirán” o no querer señalarse. Flaco favor nos hacemos cuando la crítica y el debate se esconden bajo el paraguas de la complacencia, guardar las apariencias y el servilismo.

Por ejemplo, en un ejercicio de memoria, el Pleno del Ayuntamiento va a decidir en unos días reconocer la trayectoria de Luis Berges Roldán, otorgándole la más alta distinción que puede recibir un jiennense, la Medalla de Oro de la ciudad y el nombramiento como Hijo Predilecto. Su labor como arquitecto y urbanista está fuera de toda duda, siendo también el artífice destacado de numerosas reconstrucciones de nuestro Patrimonio, entre los que podemos destacar los trabajos de restauración del conjunto de los Baños Árabes y del Palacio de Villardompardo y la restauración y rehabilitación del Hospital de San Juan de Dios. Una obra notable, pero con sombras que no debemos ignorar.

En el ejercicio de la arquitectura, la trascendencia de una obra no solo se mide por su impacto visual o funcional, sino también por su relación con la historia y el legado cultural de una comunidad. Es innegable que Berges contribuyó significativamente al desarrollo de Jaén, con propuestas que han dejado huella. Sin embargo, en el justo afán de reconocer sus logros, no podemos pasar por alto ciertos episodios que durante sus años al frente de la arquitectura municipal significaron pérdidas irreparables para nuestro patrimonio histórico. Y entre ellos se encuentran algunos de los ejemplos que hemos señalado anteriormente.

La modernización y el desarrollo urbano no deben estar reñidos con la conservación del legado arquitectónico. En diversas ocasiones, las decisiones de nuestro Ayuntamiento, de sus profesionales, sobre la conveniencia, oportunidad o repercusión de los proyectos que se desarrollan en Jaén tienen tanta o más importancia que los proyectos en sí mismo, ya que pueden derivar en la desaparición de elementos patrimoniales valiosos. Estas omisiones, voluntarias o no, nos obligan a reflexionar sobre la necesidad de un equilibrio entre innovación y preservación, centrado en la obligación de proteger nuestra memoria colectiva.

Premiar la excelencia es necesario, pero también lo es aprender de los errores para evitar que se repitan en el futuro. Al celebrar una obra, sería un gesto de madurez social reconocer tanto sus éxitos como las enseñanzas que nos aporta. Porque la memoria colectiva, la memoria de nuestro Jaén reside en su Patrimonio, en el que sigue presente y en el que se ha perdido. Y la responsabilidad de todos, cada uno en su papel, es respetar aquello que nos precede, lo que nos han legado y que debemos transmitir a las próximas generaciones. El patrimonio de la memoria, la de todos, requiere celebrar y también recordar. Y, sobre todo, aprender.