Sobre nuestras piedras lunares

Manuel Montejo

¡Es la economía, estúpido!

Europa se enfrenta a un momento vital y su antigua "locomotora", Alemania, se encuentra en serios problemas

En la campaña electoral norteamericana de 1992, un asesor de Bill Clinton, James Carville, utilizó la frase "¡Es la economía, estúpido!" para señalar la principal idea-fuerza que debía tener el discurso que confrontara con el del entonces presidente Bush padre, que andaba centrado en proclamar sus "éxitos" en política exterior mientras ignoraba los problemas cotidianos y las necesidades más básicas de los norteamericanos. Aquella idea, la de un Clinton que entendía lo que necesitaba sus conciudadanos y les proporcionaba una esperanza, cambió la campaña y le permitió llegar a la Casa Blanca.

Décadas después, nuestros políticos no ha aprendido nada y la situación se repite en distintos países. Las recientes elecciones norteamericanas han sido un nuevo ejemplo de cómo el sistema político y mediático refleja una realidad distinta a la que vive la mayoría de la población, dedicando horas y páginas a sucesos que sólo hacen referencia al propio sistema y obviando las dificultades diarias. Si observamos cómo funciona en España, las cortinas de humo que ocultan lo que les pasa a usted y a mí, se traten de "Errejón", "el novio de Ayuso", "Begoña Gómez", "la comida de Mazón" o "el dilema Broncano/Motos" son meras discusiones de bar, sin más recorrido ni importancia informativa, política y social que unas semanas de "noticia de actualidad".



Un ejemplo significativo de las últimas semanas ha sido el enfrentamiento a cuenta de la elección de Teresa Ribera como vicepresidenta de la Comisión Europea. Nuestros medios nos han insistido durante días, y casi nos lo hemos creído, que en el Parlamento Europeo se estaba dudando de su ratificación, a pesar de que ello provocaría la ruptura de la alianza entre el Partido Popular Europeo, socialistas y liberales para liderar la UE, dada su actuación en la gestión de la catastrófica DANA de Valencia. Parecía como si el papel de Feijóo en Europa fuese más relevante que el que tiene en su propia casa y una simple llamada suya fuera capaz de poner en cuestión toda la arquitectura de un complejo acuerdo en el seno de la Comisión, mientras que aquí cualquiera, desde Moreno Bonilla a Ayuso, cuestiona la autoridad de un jefe segundón y sin talla política. Nada más alejado de la realidad. Piénsenlo por un momento y coincidirán conmigo en que resulta cómico pensar en un Feijóo poniendo firmes a los líderes conservadores europeos. Lo que ha ocurrido realmente es diferente de esa imagen. El "asunto Ribera" ha sido utilizado por Manfred Weber, alemán y presidente del PPE, para cuestionar la tradicional alianza entre conservadores y socialistas para frenar a la derecha más radical, ante el nuevo escenario surgido de las últimas elecciones al Parlamento europeo. Weber, en Bruselas pero también en Alemania, que se enfrenta a unas elecciones en los próximos meses marcadas por el ascenso de la ultraderecha de AfD, está disputando a Úrsula Von der Leyen el liderazgo conservador, apostando, en contra de lo defendido por su rival, por un nuevo pacto europeo entre las derechas a través del acercamiento a Orbán, Le Pen y Abascal, un acercamiento ideológico de los conservadores alemanes (CDU) a las propuestas de AfD que les permita una mayoría más amplia en las próximas elecciones. De fondo, existe un debate por cuestiones ideológicas sobre el rumbo político y económico que debe de adoptar la UE en un futuro próximo, cuestión acelerada por la victoria de Trump, su nueva política económica y sus repercusiones internacionales. Todo esto, y mucho más, estaba tras las luchas por la elección de Ribera, y el resto de Comisarios, no lo olvidemos, y no, como nos querían hacer creer, la inexistente influencia de Feijóo.

Europa se enfrenta a un momento vital y su antigua "locomotora", Alemania, se encuentra en serios problemas. No hay que olvidar que su Gobierno cayó justo unas horas después de la elección de Donald Trump, por tensiones políticas y por una crisis económica estructural que está haciendo tambalearse los cimientos de su modelo. En las próximas elecciones se elegirá cómo enfrentarse a esa crisis, causada por el acatamiento de las políticas neoliberales, lo que condicionará el futuro de todos nosotros. Para empezar, y por si no nos hemos percatado de la magnitud del problema, en las últimas semanas se han anunciado despidos masivos en las principales empresas alemanas, unos EREs que afectan hasta ahora a casi 90.000 trabajadores, y faltan todavía los anuncios de Lufthansa, Bayer o Siemens, lo que con seguridad afectará al turismo español de los próximos años. Pero es que además, y como ya nos ha ocurrido en otras ocasiones, sea cual sea la salida económica que adopte el nuevo gobierno, pasará por externalizar las consecuencias de su crisis, lo que inevitablemente nos golpeará de lleno.

Yendo al eje del debate, la derecha alemana se enfrenta a la dicotomía de salir de esta crisis volviendo a apostar por la austeridad y el límite de deuda que ya conocemos, como hace la socialdemocracia alemana y Von der Leyen en Bruselas, o acercarse a las posiciones con las que está creciendo AfD, cuestionando la austeridad neoliberal y sus consecuencias sociales, algo por lo que aboga Weber. El nuevo líder de la CDU, Merz, no ha resuelto la duda, aunque entre sus primeros anuncios electorales ha estado el de una nueva propuesta que ampliaría el límite de la deuda y también el temor a las repercusiones económicas de la posible nueva política arancelaria de Trump, lo que le aproxima también, como la AfD y los socialdemócratas (en Alemania tienen más clara la cuestión), a considerar inasumible económicamente el mantenimiento de la guerra en Ucrania. Esto puede suponer un escenario en el que Alemania, primero, y la UE después, renuncian a utilizar la competitividad interna (recordemos: despidos, bajadas salariales, recortes en lo público, etc.) como medida para salir de la crisis, algo que en este momento resultaría mucho más difícil que en 2011, ya que la competitividad externa está perdida frente a China. O puede que finalmente, como desde Bruselas se apunta, vuelva la austeridad para Alemania y para el resto, que pagaremos los platos rotos como siempre, a pesar de las claras indicaciones en su contra del informeDraghi.

Este debate de fondo, económico y estratégico, también está detrás de las primeras decisiones del gobierno de Trump, que busca cómo hacer un difícil equilibrio entre las medidas liberales por las que aboga Musk, siguiendo la senda de Milei en Argentina, o los anuncios de reindustrialización, proteccionismo y subidas salariales en los que Trump ha basado su campaña.

El fondo del problema es la nueva dirección económica y productiva necesaria ante la situación geopolítica actual, en un mundo multipolar y con la necesaria aceptación del fin de la globalización y el neoliberalismo, de lo que algunos parece que no se han enterado. Las políticas neoliberales han supuesto un fracaso, ejemplarizado por la enorme desigualdad social, ya que no se ha podido compensar el crecimiento de los beneficios de las clases medias-altas y altas, gracias a la desregulación de los mercados, con políticas redistributivas que llevaran prosperidad a las clases medias y bajas. Los beneficios recayeron de nuevo en los de arriba y la redistribución no ha existido, reduciéndose el papel del Estado y los servicios públicos y cargando el sistema, y sus sucesivas crisis, en las espaldas de las clases medias y bajas, azotadas por la inflación y los bajos salarios. Ni apostar por impuestos a los ricos ni por bajadas impositivas sirven cuando el problema es que está bloqueada la vía de redistribución, que sólo circula hacia arriba. La mayoría de nuestras poblaciones están demandando un aumento de sus ingresos y los cambios políticos por los que apuestan tienen mucho que ver con esas demandas.

A pesar de ello, tanto progresistas y conservadores, en Europa y en EEUU, siguen insistiendo en que la economía funciona, apoyados por las grandes cifras macroeconómicas, obviando como sufrimos un descenso en nuestro nivel de vida, el deterioro de los servicios públicos y la pérdida de expectativas de futuro para las próximas generaciones. Y los que se plantean que existe un problema pero apuestan por las mismas medidas neoliberales, como Milei, parecen olvidar las consecuencias que ya sufrimos en la crisis de 2007. Las primeras señales de conflicto social están apareciendo en Argentina ante lo que puede ser un drama similar al de los años 80.

Unos y otros, con las mismas ideas que nos ha traído hasta aquí, provocan justo el efecto contrario de lo que pregonan. Los recortes del gasto público y la contención salarial paralizan la economía real, la que sufrimos y de la que dependemos la mayoría. Puede seguir diciendo que la economía va bien, pero nosotros no lo percibimos así. Puede que sea porque no somos expertos pero también puede ser porque a ellos no les afecta. Ellos siguen en sus puestos tomando decisiones erróneas y arrastrándonos al abismo, mientras nos sueltan sus cortinas de humo para que no nos demos cuenta de que, una vez más, "¡es la economía, estúpido!".