El análisis político realizado por partidos y medios suele caer con frecuencia en errores evidentes. Desde hace unos años, se han venido dando resultados electorales que no son los esperados, ni los deseados, por una parte importante del "establishment"; desde Trump y el Brexit hasta los más recientes de Milei o la extrema derecha holandesa, se ha multiplicado el surgimiento de partidos "iliberales" (o abiertamente antidemocráticos) y de líderes iluminados o extravagantes. Las respuestas a dicho fenómeno han sido variadas pero partiendo del mismo análisis, en el que se simplifica y se desprecia la actitud del votante, del ciudadano, con interpretaciones que obvian una parte importante de la realidad social, lo que ha hecho que el resultado final haya sido la victoria o el crecimiento de quienes han sabido aprovechar lo que estaba pasando en las calles.
Independientemente de las condiciones diferentes de cada país, el fenómeno tiene unos rasgos similares, sea en Europa o América. Da igual que el país o la región haya estado gobernado por un partido conservador, liberal o más socialdemócrata y que la respuesta a ese Gobierno se aglutine como un partido de ultraderecha, un libertario o como algún "extraño" a la política. En cualquier caso, consiguen canalizar un malestar social, de evidente trasfondo material y económico, al que no se le da respuesta ni visibilidad por parte de los partidos, tanto de izquierda o derecha, que deberían ocuparse de ellos.
Los partidos tradicionales, por llamarlos de alguna manera, están más preocupados por minusvalorar, primero, el fenómeno, y por alertar de las graves consecuencias que conlleva, después, sin incluirse nunca ellos mismos como parte del problema. De esta forma, se presentan como diques o frenos al avance del "fascismo" o del "populismo", utilizando la doctrina del mal menor y trasladando al ciudadano la responsabilidad sobre el futuro en una especie de elección entre "susto o muerte", como aquel chiste en el que un amigo le da a elegir a otro entre ambos y el incauto escoge susto, quejándose después del sobresalto. Así, el votante suele elegir "susto" y sigue quejándose de las mismas políticas que le castigan, por lo que no resulta extraño que, tras elegir en varias ocasiones "susto" y comprobado lo equivocado de la decisión, alguna vez se pruebe con "muerte", aunque sea por hartazgo o desesperanza. Y cuando esto ocurre, la lectura sorprendida de medios y partidos ante el resultado es de incomprensión y rechazo, con expresiones del tipo "disfruten lo votado", y demostrando una total ausencia de autocrítica y empatía ante los problemas reales de la población.
Como decíamos, gran parte de este malestar que late en nuestras sociedades occidentales tiene un trasfondo económico. Se puede partir de una situación de precariedad real, de pobreza, o de una falta de perspectivas de futuro y una aspiración a ascender a una mejor posición social, pero en ambos casos se persigue una mejora material de las condiciones de vida que no es ofrecida por los partidos tradicionales. Esto genera un rechazo a las élites políticas y mediáticas, que puede terminar encauzándose con la apariencia de reivindicaciones "culturales", desde la inmigración a las tradiciones, la libertad o la unidad de la patria. Pero el fondo del problema es la deriva económica de décadas de políticas neoliberales que han empobrecido a nuestras poblaciones.
Cuando una parte del electorado tiene claro que ese es su problema, no se le puede pedir que siga eligiendo "susto"; que siga votando a aquellos que han sido responsables de su pérdida de empleo, de sus bajos salarios, de la falta de vivienda, de que sus hijos no tengan un futuro, etc. Da igual que se les pida votar por el menos malo, el malo ya conocido, o que se intente meter miedo con el "fascismo" o cualquier otro fantasma. Se va a elegir lo nuevo, sólo porque no es el responsable de su situación, y porque conecta con su malestar. Y esa elección es lógica y, hasta cierto punto, ética.
A posteriori, decíamos, los partidos de siempre buscan a los culpables de tan fatal resultado, despreciándolos desde su superioridad moral: los fascistas, los pobres ignorantes y anticuados, los currantes ignorados y nostálgicos,... En ningún momento se plantean las dañinas consecuencias de sus políticas económicas, sean partidos conservadores o socialdemócratas, ni se preguntan sobre cómo se han entregado al poder económico y a los consorcios mediáticos. Tampoco se cuestionan que mientras empeoran nuestras vidas, ellos se alejan de aquellos a los que supuestamente representan, bien porque se comportan como cínicos y oportunistas que cambian discursos o hacen promesas vacías; porque hablan de una realidad paralela que nada tiene que ver con la nuestra o nos intentan vender relatos dirigidos sólo a unos pocos, en ese reducido espacio en el que se mueven.
Un ejemplo de toda esta situación y de la que poco se habla. Es un hecho que los jóvenes en España tienen actualmente peores oportunidades económicas que las generaciones anteriores, dada la mayor precariedad laboral, una menor renta y menores probabilidades de acceso a la vivienda. La pérdida de poder adquisitivo desde 2008, un 20%, ha supuesto que los jóvenes tengan que dedicar un mayor porcentaje de su renta a pagar la hipoteca o el alquiler, si lo consiguen. De ahí, la necesidad de tener dos salarios para asegurar el mantenimiento familiar, a diferencia de sus padres. Sin embargo, con dos puestos de trabajo, las horas trabajadas son el doble, lo que imposibilita atender todas las necesidades del hogar: cuidar, limpiar y cocinar, ropa y deberes infantiles, etc.
Cualquiera pensaría que esas tareas se compensan de forma privada (limpiadoras, academias, comida preparada, clases extraescolares, etc.), posibles gracias a disponer del doble de ingresos. Sin embargo la realidad nos dice que esto no es así; no son suficientes dos sueldos precarios de hoy para afrontar los gastos familiares como se hacía ayer, con un sueldo y el trabajo en el hogar. Si antes el gasto en vivienda representaba el 7% del único salario familiar, ahora supone el 30% de dos sueldos normales.
Si ante esta situación, por ejemplo, no hay respuesta ni soluciones, ni tampoco se empatiza con ella, si no que se niega o se invisibilidad, ¿nos puede extrañar que se elija en algún momento muerte antes que otro susto? ¿De quién es la culpa?