Agenda constitucional

Gerardo Ruiz-Rico

Ángeles entre las ruinas

Lo que ha ocurrido en Israel y está sucediendo todavía en Gaza sobrepasa cualquier pesadilla que se pueda imaginar

Hace años tuve el honor de dirigir la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo; una entidad conformada por representantes institucionales del Reino de España y Marruecos, además del Centro Peres por la Paz. Entre sus objetivos fundamentales se encuentra el diálogo cultural entre todos los países que comparten esa geografía bañada por el Mediterráneo. En realidad, su verdadera seña de identidad es promover la convivencia y el acercamiento entre pueblos que han estado enfrentados a lo largo de la historia por su religión; a pesar de que, paradójicamente, todos comparten una misma herencia, como hijos de Abrahán y herederos de las llamadas “religiones del libro”.

En aquella época tuve ocasión de visitar una vez Jerusalén. Paseando entre los barrios que componen su centro histórico comprendí rápidamente que la vida en común de aquellas tres comunidades religiosas no podía ser en absoluto una tarea fácil. En un espacio tan reducido, dentro de un territorio mínimo, y con tantas viejas deudas del pasado, el conflicto parecía una consecuencia lógica e inevitable.

Pero lo que ha ocurrido en Israel y está sucediendo todavía en Gaza sobrepasa cualquier pesadilla que se pueda imaginar: las secuencias del terrorismo más atroz e injustificable de unos salvajes, frente a un Estado que, a la misma altura, asume también el rol de criminal para acabar con quienes asesinaron a sus ciudadanos.



Porque no son otra cosa sino criminales los que asesinaron en sus casas a familias enteras por el hecho de ser judíos. Pero igualmente lo son quienes, como vengadores bíblicos, ordenan destruir ciudades enteras mediante bombardeos indiscriminados, matando miles de inocentes, a los que no se puede hacer responsables de tener que convivir con un grupo de verdugos inhumanos.

Y esto hay que decirlo sin equidistancias ni complacencias; aquellas que, por un lado, diferencian entre víctimas y parecen encontrar justificaciones en lo que carece de justificación alguna. Pero lo mismo se puede decir de quienes aceptan de buen grado y sin contemplaciones el argumento del derecho a la defensa de un Estado que responde creando un verdadero genocidio palestino.

En un Mediterráneo evocador de poesía y canciones de juventud la humanidad no tiene, sin embargo, fronteras raciales ni religiosas. Incluso lingüísticas. En aquel viaje recuerdo como una postal en mi memoria a aquel taxista que me llevaba por las calles de Tel Aviv, sefardí nacido en Turquía, hablando para mi sorpresa ese castellano antiguo del Cantar del Mio Cid.

Ese fue para mí el mejor ejemplo del diálogo de culturas, que no es otra cosa que el diálogo, siempre necesario, entre pueblos que viven en una tierra que sigue obcecada en combatir enemigos forjados por la historia y el imaginario colectivo, en mantener todavía cruzadas sanguinarias que terminan sin compasión alguna con la vida de tantos ángeles que, en forma de niños y niñas, huyen del terror por las calles destruidas de Gaza.