¿En serio vuelve la censura radical? La censura es la versión atávica de la clásica "corrección política" y de la reciente "cultura -más bien incultura- de cancelación". La censura ha provocado en algunos lugares la suspensión sine die o supresión ipso facto de espectáculos no acordes con la ideología recién instaurada y que, por lo visto, atentaban contra la moral establecida. Y como no se puede justificar lo injustificable, se utilizan excusas de tipo presupuestario (quién paga, manda) para acallar voces, incluidas las de su conciencia.
Siempre la misma historia, un grupúsculo alcanza el poder y se arroga con la facultad de dictar mandatos surgidos de la ética individual de sus componentes para prohibir celebraciones o actos culturales y artísticos en nombre de una sacrosanta moral que ellos creen común, apelando a un casticismo identitario, con un discurso victimista y a la defensiva, aunque la prohibición sea una ofensiva total contra la libertad de expresión. A estos abismos nos sigue empujando la cansina confrontación de unos bloques cada vez más extremistas en sus posiciones de partida. La gente, el pueblo, se pierde en sus diatribas que sólo conducen a laberintos y callejones sin salida.
La política debería ser un espejo donde la sociedad viese reflejada su imagen, pero no esos espejos cóncavos o convexos (como los del Callejón del Gato) que ofrecen una visión aberrante y deformada de la realidad, ni esos espejos desgastados, oxidados y antiguos, que ofrecen una imagen vetusta y desvaída. No es menos cierto que muchas veces el problema no es del espejo, sino de la persona que mira y no ve lo que hay, no quiere ver o quiere ver algo diferente a lo que ve. Sea como fuere, el caso es que cada vez es mayor la distorsión, incluso el autoengaño, y más profundas las divergencias.
Estamos entrando en un círculo vicioso (desconfianza>rencor>odio), en un absorbente remolino que nos arrastra progresivamente a un agujero negro. Mucha gente nada a contracorriente para salvar la situación, pero una vez que se sobrepase el punto de no retorno, las consecuencias serán imprevisibles ya que el espejo se habrá roto en mil pedazos y el torbellino los habrá esparcido.
Abogo por la educación y la cultura como únicas soluciones. Clamo por el entendimiento, que implica cesiones y rectificaciones, en pos del bien común. Habría que forzar la inteligencia para conseguir el sincretismo, esto es, la mezcla armónica de tendencias opuestas, tejiendo jirones de distinta procedencia. Son mil o diez mil las piezas del puzzle que hay que encajar, mil o diez mil los bloques del tetris que hay que ensamblar. Que sí, que es un rompecabezas diabólico, un sudoku samurai, un cubo de Rubik imposible. Pero pieza a pieza, número a número, color a color, los problemas se pueden resolver, con lógica y paciencia, y sobre todo con ganas de resolverlos, con cierto espíritu constructivo.
Perdonen esta ardiente exhortación. Las palabras se han incendiado quizás por el infernal ambiente que nos rodea, y no sólo me refiero a los rigores del estío. Por mi profesión, he estudiado y explicado qué es la censura, cómo funciona y lo que ha supuesto en la vida cultural de nuestro país y en muchos lugares del mundo donde aún está vigente (China, Corea del Norte o Cuba). La censura es yesca y prende con facilidad tal y como ha demostrado la historia. Cuanto más férrea e intransigente, más consecuencias no deseadas provoca. Afortunadamente, el arte nos ha enseñado lo fácil que es burlarla porque lo único bueno es que aviva el ingenio, aunque espero que no haya que recurrir a la esteganografía o galimatías criptográficos para expresarse y comunicar.
Ojalá que no se repitan errores y horrores del pasado, ojalá que el ser humano, tan proclive a no aprender nada y volver a caer, no repita actos censuradores y censurables semejantes a algunos de antaño y se apresure a reparar cuanto antes los daños ya causados o que se puedan causar. La libertad y la democracia están en juego, si no, pregunten en sitios donde no existen. Ah, no, no les contestarán por la censura.