La semana pasada se produjo una curiosa coincidencia de los conceptos "no lugar" y "no tiempo", nociones ya habituales en esta época de supermodernidad o hipermodernismo.
El 24 de julio falleció el antropólogo Marc Augé, creador del concepto "no lugar", que se define como un espacio intercambiable donde el ser humano permanece anónimo, un espacio en el que no se vive, en el cual el individuo habita de una manera indeterminada y solitaria (centros comerciales, aeropuertos, medios de transporte, etc). Los no-lugares no son espacios de encuentro y no construyen referencias comunes a un grupo. A mí este concepto me recordó esa idea contenida en el verso "hay un sitio para cada lugar", que proponían los Vetusta Morla en su álbum "Mismo sitio, distinto lugar".
El día 25 de julio se celebró un día de "no tiempo", el llamado "Día fuera del tiempo" o "Día verde", fecha perdida del calendario maya el cual se extiende entre el 26 de julio del calendario gregoriano y el 24 de julio del año siguiente; siendo el 25 un día inexistente que era considerado por los mayas como una jornada para “preparar el alma, purificar el espíritu, reflexionar y meditar antes de comenzar un nuevo ciclo”. Abundando en el tema, el "no tiempo" es además un concepto que propugnó Steve Kotler y que consiste simplemente en algo de tiempo libre o vacío, a salvo del ruido y las exigencias del mundo cotidiano. Es una especie de noble arte de no hacer nada excepto pensar, como vía para azuzar la creatividad. Einstein o Steve Jobs ya destacaron la importancia de este tiempo muerto para potenciar el pensamiento y la asociación remota de ideas (que puede propiciar los conocidos "momentos eureka").
Parece como si en esta peculiar conjunción cronotópica, el tiempo y el espacio jugaran al ajedrez, como cantase Nacha Pop, escaqueándose ambos de su esencia. Teóricamente, como reflexionaba Carlos Ochoa: "el tiempo es relativo y el espacio, aunque infinito, no es el mismo para todos", o sea, relativo también. En realidad, sí hay dos evidencias sólidas: que el tiempo avanza inexorable y que nadie es ubicuo ni eterno, por mucho que se corrijan desfases en el espacio virtualmente o se minimicen u optimicen los tiempos con sucesivos avances tecnológicos.
Pues bien, si a estos dos conceptos le añadimos el de la problemática de la "no identidad", nos encontramos con un potente trinomio de negatividad, máximo exponente de la banalización y vaciamiento de cuanto somos y cuanto nos rodea. La "no identidad" hace referencia a la progresiva aniquilación de la autonomía del individuo, de su singularidad, masacrada por las coerciones sociales que cosifican su subjetividad y dañan su vida, como advertía Adorno. En fin, elucubraciones epistemológicas, meras paranoias conceptuales propias de esta cultura líquida, dónde todo se relativiza, vericuetos cognoscitivos que se derriten o deconstruyen rápidamente.
A todo esto, ¿por qué estoy escribiendo este rollo patatero? Ah, sí, la curiosa coincidencia de la que hablábamos insta a reflexionar sobre el hecho de que en verano mucha gente disfruta de unos días de no-trabajo, viaja a otros espacios no-lugares y dispone de un tiempo no-tiempo, diferentes a lo habitual, sin horarios ni obligaciones estrictas, transformándose en otras personas, con otra identidad. Mucha de esa gente se agobia de no-hacer nada o no-tener nada que hacer (desde el punto de vista productivo, claro), sin advertir que ese dolce far niente alimenta el cerebro y contribuye a una vida plena, alejada de la vida cotidiana. Quizás la clave sea la pausa frente a tanta velocidad y precipitación, darse tiempo y espacio para pensar y sentir, controlando lo que la neurociencia llama "mente divagante"; se trataría de vivir el aquí y el ahora de manera consciente, frente "al futuro que nos tortura y el pasado que nos encadena", que diría Flaubert. Consejo: una buena lectura puede ayudar en esos paréntesis espacio-temporales, unas cuantas "canciones para el tiempo y la distancia", que diría Ivan Ferreiro, tampoco estarían mal. En fin, sea como fuere, sean felices y carpe diem.