Aurea mediocritas

Nacho García

Claustrofobia

Recuerden que nadie es más que nadie ni mejor que nadie y, además, que nadie es imprescindible

Hay personas que pudiendo irse por la puerta grande, deciden irse por la puerta de atrás, entornándola poco a poco para no dar un portazo que importune a nadie. Se irán sin ruido, tal y como trabajaron, sin molestar ni suponer una molestia, habiendo contribuido desde su elocuente y abnegado silencio al bienestar de la plantilla de la que formaron parte. Se irán con el cariño y el reconocimiento de sus compañeros, incluso con la admiración de muchos de ellos, a los que ayudaron sin exigir ni esperar nada a cambio. Sin elogios ni alharacas, se desvanecerán con humildad, pero dejando un rastro indeleble y una profunda huella.

Hay personas que se irán con ruido de tambores y al son de trompetas que derribarían las murallas de Jericó. Cerrarán la puerta con doble llave para poner a buen recaudo el infausto legado de su ególatra gestión. Se irán con arrogancia y soberbia, tal y como trabajaron, pisoteando y ninguneando a los demás, generando con su engreimiento y altanería un malestar continuo en la plantilla de la que nunca formaron parte. Se irán con el desprecio y el desdén de aquellos a los que maltrataron, incluso con el odio y el rencor de muchos, que no les perdonarán que se les chantajease y menospreciara continuamente. Con peroratas y halagos fútiles de sus advenedizos, desaparecerán sin dejar rastro, si acaso un profundo hedor y un recuerdo ignominioso.



A estos últimos, mientras llega o no el momento de la despedida, les diría que la vida se muestra terca y prodiga a todos segundas y terceras oportunidades, posibilidades para cambiar de actitud y de talante, ocasiones para modificar el enfoque y variar el rumbo. Les aconsejaría que no sean obsesivos u obstinados en el error, que el poder envilece (lean la Epístola moral a Fabio) y es sólo un sueño pasajero, que el respeto y la autoridad no se imponen, que el abuso y el miedo vencen, pero no convencen ni conducen a nada. Quizás el cariño y el talante, la magnanimidad y la ecuanimidad, la empatía y la comprensión, sean mejores actitudes y aptitudes para allanar el camino de cualquier gobernanza. La inteligencia hay que demostrarla en las nimiedades, la brillantez hay que ponerla al servicio del resto. Es una cuestión de tolerancia a otras opiniones y respeto a las divergencias, que son enriquecedoras y complementarias si se saben integrar.

En definitiva, vivan y dejen vivir. Un cargo se ejerce con vocación de servicio y supone una responsabilidad. Recuerden que nadie es más que nadie ni mejor que nadie y, además, que nadie es imprescindible. Sean felices intentando hacer felices a los demás y no fastidiándoles la existencia. Más que instaurar un cambio, busquen una transformación paulatina y democratizada, nunca impuesta. Gestionen su estrés y su ansiedad anticipatoria, ordenen sus emociones y no estresen a los demás con sus psicopatías. No ladren continuamente, no achanten con amenazas o amaguen golpes. No sean vengativos ni rencorosos, no se jacten de infundir terror y ser temidos.

No somos robots, ni androides ni humanoides, aunque tengamos un teléfono instalado en la mano y accedamos a nuestros recuerdos y datos con contraseña o huella. Humanicemos las relaciones laborales, sometidas cada vez más a algoritmos. No nos tratemos como máquinas, esclavizados por la productividad. Seamos personas que tratan con personas. Lo siento, Hobbes; lo siento, Maquiavelo, antes del "homo homini lupus est" y de "el fin justifica los medios" prefiero pensar, como Rousseau, que el ser humano es bueno por naturaleza y así nos ahorramos problemas.