¡Cuántos cuentos relatados! Ni Maricastaña ni Calleja, ni los Grimm, ni Andersen o Perrault.
¡Cuántos poemas recitados! Ni Bécquer ni Rosalía de Castro, ni Aleixandre o Carmen Conde.
¡Cuántos textos declamados! Ni Lope de Vega ni María de Zayas, ni Lorca o Shakespeare.
¡Cuántas oraciones analizadas sintácticamente, cuántas palabras destripadas morfológicamente, cuántas correcciones ortográficas! Ni Chomsky ni Alarcos, ni Lapesa ni Alvar.
Miles de metáforas y cómputos silábicos, hipérbatos y rimas consonantes, hipérboles o versos libres. Millones de sinónimos y homónimos, siempre desentrañando significados, buceando en el María Moliner o en el Corominas, en el Casares o en la DRAE, buscando el "nombre exacto de las cosas", como Juan Ramón Jiménez o esa "palabra esencial en el tiempo", de Machado.
Qué bien habían representado el papel de docentes que les había sido encomendado en este gran teatro del mundo, sección enseñanza. Habían llenado de palabras y de sueños las aulas, con su inagotable imaginación. Siempre con una Sin Sombrero en el alma o un Principito en el corazón, con una exquisita educación por bandera y una sonrisa perenne. Habían ejercido como una dama o un caballero de las letras, nunca nadie fue un mero número a su entender, pues siempre acariciaron hasta al más desamparado. Con carácter, pero elegantes; con genio, pero creativos; con exigencia, pero pacientes.
Jubilosamente en el retiro, mientras pasean, leen y admiran la naturaleza, nos recuerdan a docentes en activo que nuestra profesión merece la pena. Que es una cuestión de dedicación y de esfuerzo compartido, de aprendizaje continuo y atención a las necesidades del alumnado. Que es una labor sacrificada, sí, pero hermosa, tratando de explicar lo inexplicable y comprender lo incomprensible. Que ni siquiera es una vocación, sino pura devoción, entrega y compromiso a manos llenas. Desde el tiempo y la distancia, nos animan a humanizar el mundo y a luchar contra la ignorancia y la indolencia.
Él, maestro de muchas generaciones, ironizaba seriamente sobre lo importante y lo accesorio en educación, alentándonos a quienes seguimos a pie de aula a priorizar lo esencial en nuestra labor: el corazón de tiza. Para ilustrar su arenga, siempre refería la anécdota contenida en el hermoso poema “Oiga, Personaimportante”, de Manolo Lombardo Duro, en el cuál se instaba a un docto pedagogo a que dejase su disertación y se callase para observar la elocuencia de los signos garabateados en una libreta por tres piojos que se
habían desgranado de la cabeza de una niña.
Ella, maestra de muchas generaciones, siempre rememoraba el colmo y el culmen de su carrera, aquel día en el que una alumna, tras un comportamiento soez y la correspondiente regañina le espetó un sincero: "Perdona, mamá". Sólo entonces comprendió, entre lágrimas, cuán profundo es el sentido de la enseñanza, cuando en otros ojos se descubre un alma agradecida.