La desviación es la acción o efecto de desviar o desviarse. Hoy en día todo es desviación: desviación matemática y estadística, desviación social y cultural, desviación lingüística, desviación económica, desviación de poder, desviación médica, etc. Cada tipo de desviación tiene múltiples teorías, obedece a múltiples causas y se clasifica según criterios en múltiples tipos: puede ser típica, media, aberrante, aleatoria, procesal, rebelde,
minera, septal, etc.
Cada vez hay más personas desviadas en esta sociedad moderna carente de una idea coherente, donde cada vez hay menos consenso y más contradicciones. Cada vez hay más personas que se alejan del estándar y se acercan al error, fluctuando entre la excelencia y la mediocridad, siempre tendentes a la polarización. No hay término medio y lo peor, como ya advirtiera Muñoz Molina, es que “el castigo del desvío es el sambenito o el anatema”. Pero hoy no voy a recorrer la senda de la negatividad ni voy a nadar en aguas más profundas. Hoy simplemente voy a pasear, a nadar y guardar la ropa.
A mí me apasionan las desviaciones lingüísticas, me encantan los desvíos de la lengua, esos hallazgos a nivel fonológico, a nivel morfosintáctico y a nivel semántico. La mayoría son producto de la ignorancia o de la incultura y se juzgan negativamente, pero otras veces son muestras de originalidad e ingenio, de esa creatividad popular del habla que no acata normas y se plasma libremente en errores maravillosos o asombrosos equívocos que son el origen de chistes y chascarrillos que provocan hilaridad. Son faltas de ortografía flagrantes, palabras inventadas o agramaticales; son preciosos arcaísmos (haiga*) o míticos vulgarismos (asín*); son neologismos anómalos o atípicos que proponen nuevas rutas u obedecen a reglas no escritas. Que sí, que son fallos, que son errores, pero tan hermosos por imposibles e inauditos, que merecen existir: almóndiga* o retonda*, sujeto
homítido* o adbervio*, onomatopella* o apollo*, Lazarillo de Thormes* o Bayern-Inclán.
Fíjense, si hasta al escribirlos he tenido que luchar con el corrector, que se empeñaba en
someterlos a norma.
Pero sin duda alguna, mis desviaciones preferidas son las literarias, ese uso desviado de la lengua, oral o escrita, con fines retóricos que persigue efectos poéticos. Esa maravillosa sensación de leer o escuchar, sintiéndose atrapado en cada palabra, ajeno al paso del tiempo. Ese increíble sentimiento de identificación con un/a autor/a o con un personaje. Ese descubrimiento de lo aún no narrado, de lo aún no nombrado, de ese giro imprevisto. Ese dejarse arrastrar por una cadencia, por un estilo, por un ritmo… Esa palabra exacta, ese enunciado curioso o reflexivo, ese párrafo memorable, ese diálogo inolvidable, esa página perfecta, la letra de esa canción… Novelas, poemas, obras teatrales, ensayos, artículos y últimamente ingeniosos mensajes de whatsapp o twitter, anuncios publicitarios o
podcasts. En fin, me encanta que aún haya gente desviada que haga leer, que nos invite a
soñar y a alejarnos de esta hipertrofiada realidad o a comprometerse con la belleza y la
bondad.
Seamos lectores desviados. Sigamos la escondida senda de sabios desviados como
Unamuno que nos instaba a "leer, leer, leer, vivir la vida que otros soñaron". Don Miguel ya
había leído a otro Miguel, de Cervantes Saavedra, otro desviado que ya advertía que "el
que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho". Seamos lectores-yedra que
colonicen libros, parte de esa inmensa minoría de Juan Ramón Jiménez o de esa inmensa
mayoría de Blas de Otero. Bienvenidos a la coral desviada.
*Dedicado a JPL