En esta sempiterna y omnipresente campaña electoral, con candidatos promitentes o
estipulantes, la educación se queda en un ángulo muerto o, como escribiera Bécquer: “en el
ángulo oscuro, de su dueña (la Administración) tal vez olvidada”. Siguiendo con la exégesis
poética, la educación parece ese arpa que espera que una mano de nieve arranque las notas dormidas en sus cuerdas. Y casi mejor que sea así, no vaya a ser que se convierta en otro objeto de disputa ideológica, con denuncias mutuas sobre problemas históricos no resueltos y con acusaciones inculpatorias o exculpatorias sobre la mala gestión. Luego vendría la desfachatez o el summum de la ignominia: tenemos un problema con el sistema educativo o el sistema educativo es un problema…Y entonces, como en cada campaña, múltiples propuestas taumatúrgicas y recetas mágicas, es decir, aquellas “Promesas que no valen nada” de Los Piratas, que “como lágrimas en la lluvia se irán”.
Ya está bien de la manoseada percepción del sistema educativo como problema, basta
ya de utilizar la educación como campo de batalla donde fuerzas contrarias intentan imponer su criterio, en medio de brutales envites, ajenas a la desafección y el malestar generados. Ya está bien también de la atávica percepción del profesorado como problema, basta ya de vilipendiar y ningunear a los docentes, de sembrar la desconfianza en el ejercicio de su profesión y de culparles de la mayoría de los males del sistema, denostando su estatus. Durante la pandemia ya demostraron su valía desenvolviéndose perfectamente en la teledocencia, sentando los cimientos de un nuevo proceso de enseñanza-aprendizaje. Posteriormente, hicieron patente la importancia de la enseñanza presencial con resultados evidentes. Es en su trabajo y en su estatus donde reside la verdadera calidad del sistema educativo, en otros países más avanzados bien lo saben y por eso conceden una gran importancia a la figura del docente.
Ya está bien de concebir el sistema educativo como un mercado, sujeto a parámetros economicistas, con estrategias de marketing y comercialización, condenado a una progresiva privatización, con efectos perniciosos como la segregación y las desigualdades. Un cuasi-mercado educativo demasiado acostumbrado a subvenciones o ayudas donde la siempre insuficiente inversión no se considera una necesidad sino un gasto, incluso un malgasto, con un continuo análisis de coste-beneficio, cuando la educación es un bien intangible, un derecho fundamental e inalienable. Nadie olvide que es una inversión rentable en el mejor activo: el capital humano. Alumnos y alumnas no pueden ser considerados como simples clientes o meros usuarios que reciben un servicio y punto. No son códigos de barras ni códigos QR. No son cifras que ajustar ni números que cuadrar en una tabla de cálculo. Son el futuro.
Esta sociedad de consumo, de usa y tira, no necesita una educación de consumo, de
usa y tira. Esta sociedad con una incansable ambición mercantilista, que sólo piensa y
promulga el beneficio individual, al margen del bien común, necesita una educación que ejerza de contrapeso y luche por una sociedad del conocimiento, lejos de extremismos. La educación requiere pausa, ante un mundo que sólo exige velocidad. La educación requiere silencio, ante un mundo que sólo provoca ruido, ese ruido sordo de un griterío que intenta acallar razones. La educación requiere tiempo, dedicación, paciencia, compromiso y entendimiento para que fragüen valores como la honestidad o la responsabilidad a fuego lento, frente a la confusión y la incertidumbre reinantes.