Ni te entiendo ni me entiendes ni nos queremos entender, el entendimiento es imposible. Ya no te escucho ni me escuchas, la ignorancia es mutua. La sordera ante explicaciones
vacuas y excusas estériles es recíproca, ya no nos interesa nada del otro. Obcecados, cada
uno en su razón, ya ninguno conoce a nadie de nada, como versara Lombardo Duro.
Cada vez hay más seres ¿humanos? fanáticos en su cerrazón y anquilosados en la
testarudez, que profesan un inmovilismo a ultranza frente al cambio frenético, una ortodoxia retrógrada o una heterodoxia excluyente, todo con un orgullo congénito y una arrogancia que impiden cualquier paso atrás, ni siquiera una mínima concesión a la empatía, ni un ápice de compasión. Parece como si "un velo de alquitrán en la mirada" les impidiese discernir las raíces del rencor que sustentan el tronco enrevesado del odio, el cuál se ramifica en crueles disputas que suponen un oprobio de lesa humanidad.
La Historia, amnésica de su pasado, sigue acumulando millones de intrahistorias
truculentas, de atrocidades de seres inhumanos que nunca dejaron de ser animales
violentos y crueles. Son historias contadas con la lengua del desánimo que, con el acento
de la confusión, se desgarra en el grito de Munch, miles de veces repetido. Son la cólera de
Aquiles, la ira de los dioses, la furia incontenible e irrefrenable. Son el resentimiento vano, la venganza como desagravio, el enojo y la sinrazón. Son historias conocidas, estudiadas,
explicadas, leídas y representadas, objeto de análisis psicológico, exégesis religiosa y
reflexión filosófica. Y pese a conformar un acervo de mitos, leyendas, pasajes bíblicos o
cuentos con carácter ético y moralizador no sirven para ejemplarizar ni para sacar
conclusiones. La ¿humanidad? no aprende de sus errores, no escarmienta de los horrores,
las cicatrices no le recuerdan el dolor sufrido.
La realidad sigue siendo excéntrica y demencial, incomprensible por poliédrica, arrasada
por la desigualdad y la injusticia. Las profundas divergencias generan conflictos evidentes
(guerras de Ucrania, Palestina y otras) y mantienen conflictos subyacentes de base (hambre, sequías, migración, terrorismo, golpes de estado…), pocos para los que potencialmente podrían generar tanto egoísmo y tanta intolerancia. A este paso, el ser humano está condenado a extinguirse, víctima de su prepotencia como especie consciente de su propia inteligencia, no la suficiente como para advertir la tumba que está cavando bajo sus pies, el muy gilipollas. Es un ente ignorante de su propio exterminio sistemático, bien de forma activa (matanzas, drogas, envenenamientos, suicidios, etc), bien de manera pasiva (contaminación, cambio climático, superpoblación, epidemias, enfermedades, desastres naturales, etc). Es un triste juguete roto del destino y cual personaje shakespeariano, matará o morirá irremisiblemente en el último acto por culpa de sus excesos o sus pecados (ambición, envidia, celos, venganza, traición, usura o corrupción moral). Con tanto "ojo por ojo, diente por diente", al final se quedará ciego y desdentado. Quizás sería mejor poner la otra mejilla, para variar pero hoy en día a nadie le gusta que le partan la cara.