Está a punto de cerrarse el telón de la gran farsa educativa anual, con un final de traca debido a los consabidos y ya tradicionales atranques del sistema Séneca (ni Desatranques Jaén puede con ellos) y con una gran traca final: la nueva legislación de Formación Profesional, que augura dificultades sin límites en los centros educativos y que destapará las vergüenzas del entramado empresarial andaluz, ya que habrá que integrar en prácticas a unos 170.000 alumnos/as con unas condiciones leoninas. Los cuatro Reales Decretos de finales de mayo, bastante diferentes de los borradores, entran en vigor sin moratoria alguna para la necesaria adaptación, abocando a un desastre sin parangón, muy dual, eso sí. Y todo, por supuesto, sin un euro. El profesorado clama con un grito afónico. Esto no es Alemania.
Un amigo, metódico y cabal, de esos que intentan tener todo ordenado o poner el máximo orden posible, me comenta que organizar el caos es imposible, admitiendo desangelado que ya sólo se limita a no aumentar la entropía. Desde su dilatada experiencia, asegura que con el paso del tiempo uno va renunciando a luchar contra molinos de viento porque se van atemperando la rebeldía y la irreverencia. Los gestos de alivio de varios compañeros al jubilarse este año, suscribían las palabras de desencanto de aquél. Aún me zahieren y eso que hace no mucho, en un momento de incomprensión, no en el sentido de ser incomprendido sino de no comprender el mundo, una reflexión de Pascal sobre la dignidad del pensamiento me había blindado contra la fatuidad y me había impulsado de nuevo a la batalla.
Tranquilidad en las masas, no pasa nada, todo va bien. La gran farsa se convierte por unos instantes en una comedia con happy end. Miles de actos de graduación (aunque muchos no se gradúen) y miles de celebraciones de fin de curso (como si hubiese algo que celebrar), anegan de felicidad impostada los centros educativos y otros recintos, con discursos lacrimógenos o dopaminérgicos que laudan a unos y ensalzan a otros en un “to er mundo e güeno” de manual. Las familias henchidas de orgullo, supongo que satisfechas de ver cómo se invierten sus impuestos, asisten a la parafernalia de moda, con orlas y bandas multicolor, un baile de máscaras con un attrezzo más espectacular que Halloween o Carnaval.
La farsa-comedia oculta los dramas de las evaluaciones finales, ordinarias y extraordinarias, las protestas a voz en grito y las reclamaciones sotto voce, pese a la inflación. La falsa comedia oculta el esperpento de la EvAU o EBAU, con un 18% más de alumnado que se ha presentado a la convocatoria ordinaria, aderezada con una estimación de casi un 97% de aprobados (un 98-99% en algunas comunidades), la cifra más alta de los últimos ocho años, la cual elevará ficticiamente las notas de corte e inundará de universitarios los múltiples grados y dobles grados (¿para cuándo los triples grados?). Y todo con la connivencia y beneplácito de la CRUE que, aun reconociendo la excesiva flexibilidad de la prueba, ha minimizado su intervención, entonando un laissez faire, laissez passer, en expectativa de la nueva prueba anunciada para los próximos cursos. Ante la inconsistencia de la propuesta gubernamental, las comunidades gobernadas por el PP, en un brote de ansiedad anticipatoria, ya han acordado homogeneizar la prueba todo lo homogeneizable. Se aviene temporal mínimo de grado 10 en la escala de Beaufort.
Y, por último, la farsa muta en una tragicomedia imposible con las oposiciones, un auténtico criptodrama lorquiano, por las situaciones surrealistas que generan, llenas de angustia, hermetismo, sacrificio y frustración. Aspirantes a docentes giróvagos, deseando romper la cuarta pared, pululan por centros ya vacíos, deambulando por pasillos silenciosos, quizás alterados por alumnado que acude estos días a matricularse. ¡Mucha mierda para todos!
Va cayendo el telón (¿de acero?) de este curso, el resquemor se queda entre bambalinas, los tramoyistas acometen cambios en los decorados y se adecentan la platea y el gallinero, recogiendo desperdicios y folletos de mano. Se apagan las luces de candilejas y todo se vuelve oscuro. Los personajes, protagonistas o secundarios, aguardan la nueva función de una obra aún sin título, soñando que algún autor les dé voz.