El teatro es una mentira que parece verdad
El curso escolar es como una obra de teatro. Por un lado, tenemos un texto dramático, en este caso un texto normativo abstracto y ambiguo, desperdigado en un sinfín de leyes, órdenes, decretos e instrucciones, de rango nacional y autonómico, con sus discrepancias exegéticas, que establecen la estructura de la obra, que dictan quiénes son los dramatis personae, regulando su interpretación; que imponen las acotaciones con indicaciones de entrada y descriptores de salida, con la distribución del decorado, el cual marca espacios y tiempos, etc. Son las llamadas didascalias, todo un texto narrativo secundario al servicio del texto primario que es el diálogo de los personajes, totalmente ninguneado. Vino nuevo en odres viejos.
Por otro lado, está la representación teatral o espectáculo, o sea, la puesta en escena del texto, con sus divergencias hermenéuticas. Y es que cada teatro (o centro educativo) es un mundo, con un público (comunidad educativa) diferente e intereses (planes de centro) muy distintos. Los dirigentes y las directivas han de preparar y adaptar el texto para preparar el espectáculo antes de levantar el telón. Aquí ya encontramos las primeras dificultades pues la norma no es clara ni está bien explicada (ya que nadie la entiende ni la comparte) ni adecuadamente implantada (porque no es operativa y condena a una burocracia estéril). En conclusión, cada cuál hace de su capa un sayo, organizando el cotarro a diestras y siniestras como dios le dio a entender. A la falta de planificación y ordenación educativas, se une a veces la falta de previsión y la consiguiente improvisación, con resultados anómalos, irregulares o alegales, incluso espurios.
Pero el show debe continuar, caiga quién caiga, y directivas, actores y actrices docentes, se afanan en montar la farsa para levantar el telón sea como fuere, a cualquier precio. Son conscientes de sus vidas de atrezzo, de la mentira de su condición de eternos figurantes que representan un papel que creen escrito y que no ha escrito nadie. Se prepara la escenografía, se montan los decorados con un débil andamiaje, con una luminotecnia increíble para que las aulas no parezcan jaulas, juego de luces y sombras. Gracias a los efectos especiales todo parece hermoso ante los ojos del espectador y de quiénes pagan la entrada, como si fuese un gran circo. PASEN y vean.
¡Comienza la función! Se levanta el telón. Señoras y señores, bienvenidos/as al mayor espectáculo del mundo. Los pasillos y clases deshabitadas se llenan de alumnado y profesorado con ilusiones renovadas o con hastío reiterativo, mezclándose la curiosidad y la indiferencia, las ansias de aprender y la ganas de procrastinar, el saber y la ignorancia supina. Primeros horarios (luego habrá cambios), primeras decepciones (luego habrá más), información o desinformación de normativa, primeras tutorías, primeras regañinas, nuevas-viejas materias, libros de texto y apuntes, pruebas iniciales, acceso a plataformas, primeros recreos, primeros “ese ordenador no enciende, la pizarra no se ve, la persiana no sube, faltan/sobran sillas y/o mesas”, primeras manías persecutorias…
Todo marcha aparentemente bien, cada uno representa su papel, con sus filias y sus fobias, ya nadie repara en los podridos entresijos ni los chirridos preocupantes de la maquinaria. Nadie se da cuenta de los fallos del texto ni de las morcillas (frases improvisadas) ni recuerda si el amarillo daba mala suerte o si deseó “mucha mierda” al comenzar. Todo el patético espectáculo acontece al margen del guion, con apuntadores/as de los CEP intentando meter baza e inspectores/as censurando algunas escenas. Sólo es la evaluación inicial, pero algo huele a podrido y ya empieza el debate entre ser o no ser, tener o no tener, olvidando que la vida es sueño...y los sueños, sueños son.