Hay dos cosas que son imposibles: la perfección y el equilibrio. Uno se da cuenta de que ambas son utopías más tarde, de mayor, justo cuando se cansa de buscarlas y las encuentra, justo cuando se desvanecen entre las manos. En ese instante surgen las preguntas existenciales, retóricas porque nadie las contesta, ni siquiera quien las formuló. En ese instante se comprende que la vida no iba en serio (lo siento Jaime Gil de Biedma) y que la vida no es un sueño (lo siento Calderón), si acaso una pesadilla.
Pero no nos pongamos trascendentales, que la vida es sólo un juego, con sus normas, hermoso aunque injusto. De hecho, a veces es una puñetera jugarreta en la que unos pocos ganan casi siempre, haciendo fullerías o por pura potra, y la gran mayoría pierde, por mala suerte o pura y dura probabilidad. Otras veces, es un diabólico jueguecito de rol, en el cuál cada cual es personaje protagonista, antagonista o secundario, incluso uno de esos personajes en busca de autor, en mitad de la niebla, en mitad de la nada…sin tierra, ni polvo, ni humo ni sombra. Personajes que se arriman a un árbol de la ciencia cuyas ramas no cobijan ni consuelan porque no existen, personajes que ven la vida a través de un tragaluz o reflejada en espejos cóncavos o convexos, amordazados y yermos, con un corazón podrido de sufrir.
El mundo se vacía de Hamlets, Fedras, Segismundos, Celestinas, Tenorios, Bernardas Alba, Romeos y Julietas, Edipos y Tartufos. El mundo se llena de hipócritas, de soberbios, de chalanes vendehúmos, de idiotas arrogantes, de locos insulsos, de figurantes anodinos. El mundo se vacía de honestidad, de franqueza, de valentía, de cortesía, de solidaridad, de belleza. El mundo se llena de histeria, de hipocondría, de vanidad, de vileza, de fealdad. Hermoso y decente, noble y honrado. Soez y ruin, vil y cruel. Ya todo es extremo, ya no hay justo medio.
Pero, ¿de qué estábamos hablando? Ah, ya. Pues eso, que ni perfección ni equilibrio. Y mira que en esta tierra, con tanto Renacimiento y tantas olivas ordenaditas en hilás y camás, vivimos cerca de la armonía que da la tranquilidad del ostracismo. Quizás la perfección exista en un buen canto de aceite y el equilibrio resida en unas espinacas esparragás o una Alcázar bien fresquita con patatillas. Quizás la perfección esté en la logia de la Catedral o el Palacio de Jabalquinto de Baeza. Quizás el equilibrio se encuentre en el patio de abluciones de La Magdalena o se respire cerca de Cazorla y Segura.
Cada vez que el mundo enloquece, me vuelvo introspectivo y no miro más allá de la vereda que me lleva de la Fuente de la Peña a La Mella. Miro y admiro el castillo, percibo la armonía del paisaje y bajo un pino lo complejo se torna simple. Cada vez que el mundo se vuelve caótico, mis ojos vagan por las Peñas de Castro y mis problemas se disuelven en Jabalcuz, contemplando la belleza de un lirio silvestre. Quizás la perfección y el equilibrio estén en este paraíso interior o más adentro aún. Ahí, ni fullería, ni potra ni qué ocho cuartos.