Aurea mediocritas

Nacho García

Opósitos

Esfuerzo, pundonor, fuerza de voluntad y sacrificio. Lástima que no todo valga, lástima que no todo cuente

La semana pasada hubo una curiosa coincidencia espacio temporal. Con tres días de diferencia y en la UJA, se celebraron sendos procesos de selección de alumnado y profesorado, esto es, la Selectividad y las Oposiciones de Secundaria. Miles de personas, de diferentes edades, con distintos intereses pero las mismas ilusiones, luchando por un futuro, contra la incertidumbre. Unos, con esperanza, sin convencimiento; otros, sin esperanza, con convencimiento, como versificara el poeta Ángel González.

Los jóvenes pertenecientes a la llamada “Generación Z”, una vez finalizados sus estudios postobligatorios, con sueños forjados y pretensiones desmedidas, entre utopías e ínfulas, afrontaron una prueba objetivamente subjetiva o subjetivamente objetiva, con distintas suertes según las materias, con distintos grados de dificultad, en muchos casos, no tanta como la esperada, en otros casos, superior a lo esperado, con su caja de resonancia y correspondiente ruido mediático. Las archiconocidas quejas son ya cíclicas y los lamentos igualmente recurrentes debido a diferentes motivos: rabia por no poder demostrar su valía, ruptura de sueños por temor a no alcanzar la nota de corte requerida para la carrera deseada, pura y dura sensación de injusticia o mera mala suerte. La tan traída y llevada salud mental de esta generación, expuesta sobremanera a la pandemia, ha sido puesta a prueba, eso sí, atenuada quizás con demasiada optatividad. La mayoría demostró una tibia resiliencia y cierta falta de consistencia, circunstancia provocada no sólo por la bisoñez sino por una enseñanza cada vez más acomodaticia que trata de amoldarse sobremanera a las necesidades del mercadeo educativo, o sea, a la ley de la oferta y la demanda de plazas en institutos y en universidades, instituciones inmersas en la lucha por un escaso y preciado bien: el alumnado.



Los menos jóvenes, pertenecientes a las llamadas “Generaciones X o Y”, eran aspirantes desde dos perspectivas muy diferentes: unos, son novatos, recién graduados, sin experiencia, pero con sus másteres y TFGs, sus menciones y sus multitítulos plurilingües; otros, eran interinos con mayor o menor experiencia en la enseñanza, con varios procesos selectivos a sus espaldas, entusiasmados aún o ya decepcionados con la docencia. Con sueños forjados y pretensiones contenidas, sin utopías ni ínfulas, afrontaron una prueba objetivamente subjetiva o subjetivamente objetiva, con distintas suertes según las materias, con distintos grados de dificultad, en muchos casos, no tanta como la esperada, en otros casos, superior a lo esperado, con poca caja de resonancia y el ruido mediático justo. Las archiconocidas quejas son ya cíclicas y los lamentos igualmente recurrentes debido a diferentes motivos: rabia por no poder demostrar su valía, ruptura de sueños por temor a no alcanzar la disputada plaza, pura y dura sensación de injusticia o mera mala suerte. Que si no han salido las bolas con los temas anhelados, que si la parte práctica entrañaba una dificultad extrema, que si había muchos aspirantes de otras comunidades, etc. Hay mucho en juego en cada vida y muchos sueños rotos, mil vivencias y mil historias, millones de méritos y merecimientos, expedientes intachables y currículos extraordinarios, horas robadas a la familia y amistades. Esfuerzo, pundonor, fuerza de voluntad y sacrificio. Lástima que no todo valga, lástima que no todo cuente.

A unos y a otros, pendientes de los resultados, sólo puedo desearles la mejor de las suertes y que encuentren su camino. Si uno encuentra su camino, aquello que le gusta o merece la pena, la lucha no habrá sido en balde. Valgan unos versos de dos poetas como reflexión en estos instantes cruciales. Cada uno en su estilo, tanto Jaime Gil de Biedma como José Hierro relativizan sobre todo lo que sucede alrededor, ofreciendo quizás una visión triste, pero hermosa por realista. Los versos de Gil de Biedma dicen así: “Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde…”, de su poema “No volveré a ser joven”, en el cual reflexiona sobre las etapas de la vida y el paso del tiempo, con un final aterrador, aunque también con una invitación al carpe diem. Los versos de José Hierro son más estoicos: “Después de todo, todo ha sido nada…”. Pertenecen a su soneto titulado “Vida”, que el poeta ofreció desengañado a su nieta y a cualquier lector. Estos poemas son una invitación a que cada camino vital sea importante para cada persona, sea pleno en muchos aspectos, incluidos estos momentos de zozobra y desazón, para que lo vivido tenga sentido, alimente y fortalezca el alma. Ánimo.

Por cierto, el título de este artículo lo han inspirado otros dos poemas, el precioso "Canción de opósitos" y el magnífico "Contra las canciones de opósitos", ambos de Luis Alberto de Cuenca. Léanlos.