Aurea mediocritas

Nacho García

Inflación educativa

Inflación de notas y egos, estanflación educativa y deflación social. ¿Habrá colapso?

No, no voy a hablar de economía, sino de educación, ya que recientemente se está utilizando este término, “inflación”, en el ámbito educativo. Se habla de una progresiva inflación en las calificaciones, un crecimiento desorbitado y agudizado en los últimos años, que afecta no sólo a las pruebas de acceso a la universidad y las notas de corte, sino también en general a todo el sistema educativo. Que el nivel general de las notas se infle provoca que la evaluación pierda valor, lo cual repercute en la supuesta calidad de enseñanza que se pretende.

Es cierto, y los datos así lo demuestran, que desde 2015 el porcentaje de sobresalientes en general ha ido in crescendo hasta el curso 2022, cuando descendió un poco. Durante seis años se ha conformado una burbuja artificial de buenas calificaciones cuyo pico máximo se alcanzó en la época de pandemia, cuando casi se duplicaron las cifras. La supuesta excelencia de estos anómalos resultados contrastaba con los datos de los informes PISA, con los resultados en las sucesivas pruebas de EvAU/EBAU, así como con el nivel de conocimiento del alumnado y las quejas del impotente profesorado. Eso sí, los estratosféricos datos servían de bálsamo de Fierabrás para acallar las malas conciencias de mandatarios, artífices de regresivas leyes educativas con sus correspondientes derogaciones, y para sobreproteger a los ya de por sí consentidos centenialls, suscitando una imagen aún más distorsionada y alejada de la realidad de esta Generación Alfa. Además, el summum de la sordidez y la vileza, los resultados eran mejores en la privada-concertada que en la pública, ahondando en la brecha y hurgando en la profunda herida de la desigualdad.



Y lo peor no es la inflación, no sé si moderada o galopante, sino la subsiguiente estanflación académica en la que está sumido el sistema educativo que navega a la deriva, sin timón ni timonel, aproximándose a una zona tormentosa y un posible naufragio en forma de deflación cognoscitiva. En otras palabras, tenemos lo peor de dos mundos: una inflación o subida intensa de notas y una recesión del conocimiento en todas las materias, junto con un estancamiento de la financiación, que sube pero nunca lo suficiente. Esta aseveración se puede corroborar desde una escuela infantil hasta cualquier universidad: tenemos el presunto mejor alumnado de la historia, el supuestamente más competente, con todo a su alcance, pero una generación que se atora ante cualquier dificultad real o se agobia ante el más mínimo contratiempo que requieran de cierto esfuerzo comprensivo, cierto razonamiento lógico-abstracto o manejo de datos fuera del entorno virtual. ¿Y cuál es la solución? Ninguna. Ah, bueno sí, la bajada de contenidos (recesión) o subida artificial de notas (inflación) para compensar y justificar gastos, así como no zaherir su maltrecha salud mental. Aunque también hay quienes se erigen en justicieros y perpetran exámenes exigentes que ponen a los ilusos en su sitio, provocando el llanto y el crujir de dientes. En fin, estas son las formas de resolver el problema: minimizarlo, dulcificarlo o intentar ocultarlo, maquillando o tamizando los resultados, cada vez más polarizados.

De hecho, para dichas minimización, dulcificación y tamización de datos, tenemos las magníficas plataformas educativas, cuyos algoritmos están diseñados para favorecer el aprobado general, ocultando las vergüenzas. Para muestra, un botón: desde hace años ya no existe el 0 como calificación en algunas etapas, con lo que supuso su incorporación de este número, la nada, a las matemáticas, una auténtica revolución para el cálculo. Estas plataformas albergan un intrincado laberinto con múltiples recovecos donde se encubre lo estipulado por ley en compartimentos circunscriptos (o sea, finitos), pero que permiten un recorrido interno infinito a través de una maraña de encrucijadas protegidas por un lenguaje complejo e ininteligible para el común de los mortales. El saber se vuelve aleatorio en este universo virtual y el conocimiento se torna algo absurdo en este dominio de lo irresuelto. Parece como si Dédalo hubiera diseñado sus inextricables vericuetos para que ni el hilo de Ariadne junto con el estoicismo de Séneca fueran capaces de desentrañar sus misterios. Y por ahí transita extraviada hace tiempo toda la comunidad educativa, prisionera de lo intangible, alejada de cualquier enfoque ontológico, limitándose a escapar del Minotauro, o sea, evaluar y ser evaluada independientemente de la enseñanza y el aprendizaje, sumisa al reduccionismo de unas cifras cifradas. En fin, inflación de notas y egos, estanflación educativa y deflación social. ¿Habrá colapso?