Con el alma en pie

Ana Tudela

Cambiar la foto

A veces me pregunto quién me haría así (como si no lo supiera). Los tiempos en que se mueve la política actual son realmente vertiginosos...

A veces me pregunto quién me haría así (como si no lo supiera). Los tiempos en que se mueve la política actual son realmente vertiginosos. Los liderazgos llegan y caen a tal velocidad que es complicada la adaptación para las simples mortales como yo. Figúrense las dificultades de la resiliencia de aquellos y aquellas que viven precisamente de adaptarse.

Porque, además, es que ya no es solo la adaptación de lealtades, o ideológica, o de corriente en un partido. Ahora hay que borrar comentarios de redes, cambiar fotos de perfil, hacer que las sonrisas y los comentarios también sean resilientes.

Pasa en todos los barrios; es cierto; y pasa en ocasiones tras profundas reflexiones y tomas de decisión que miran al interés general. Incluso hay veces que llega hasta tarde, tras aguantarse lo inaguantable. Pero hay otros episodios que resultan difícilmente creíbles. Es verdad que la política fagocita a menudo expectativas de futuro realmente interesantes, y que se come los mejores años de crecimiento personal de gente joven con valía, condenándoles a intentar no hundirse entre tanta ola desmedida hasta que se acabe su vida laboral (algo ya prácticamente imposible en medio de una política tan explosiva). Y también que ese afán de los partidos por rejuvenecer fotografías empuja en muchas ocasiones a quien cree que esta es una forma de vida que puede ser sólida, a tirarse de cabeza a una carrera que realmente es frágil, muy competitiva, y demasiado marcada por los navajazos por la espalda y las puñaladas en defensa propia.

Cuando se van cumpliendo años, y ya va quedando lejos esa parte de la vida de una; y ya se escucha más la voz de quien está fuera de la dinámica partidista, que la de los de dentro, solo aconsejaría a quien se apresta a cambiar la foto de perfil -intentando hacer olvidar algo que al resto del mundo le importa realmente poco-, que al final de esa carrera, que decididamente no llegará a la jubilación, es bueno que solo queden dos cosas: trabajo y dignidad. Y es que por mucho que se pretenda, no cuenta como trabajo, porque es otra cosa, dorar irreverentemente la píldora a secretarios generales, portavoces o cuadros influyentes en general; y que la dignidad, con una misma y con los demás, es algo muy reconfortante, a pesar de que se pase mal, y el futuro -y el propio presente-, pueda llenarse de nubarrones.