La mentira tiene mala reputación pero es un arma infalible en política. Está más que demostrado su utilidad, sin embargo no es un privilegio exclusivo de los políticos. En esta contienda a cara de perro a la que estamos asistiendo entre PP, PSOE y medios de comunicación, con la corrupción como telón de fondo, comprobamos como la verdad va perdiendo fuelle frente a los bulos y falsedades que asoman por las redes sociales marcando territorio. Para cualquier periodista la palabra verdad significa fidelidad a los hechos sobre los que se informa. Además de explicar lo que sucede, debe explorar el por qué, el para qué, el dónde, el quién, el cómo, el cuándo de los hechos; son preguntas básicas de primero de Periodismo a las que hay que responder y lo más obvio, contrastar para ofrecer una visión lo más cercana a los hechos. En esto consiste el compromiso con la verdad, pero sobre todo con unos valores y unos principios que algunos tratan de quebrantar con una falta de pudor absoluta a la hora de ejercer este oficio. El “caso Ayuso” ha puesto en evidencia esta falta de pudor del Gobierno de la Comunidad de Madrid con un jefe de gabinete al frente, el periodista Miguel Ángel Rodríguez (MAR), capaz de prender la mecha de la desinformación, amenazar y poner en el disparadero a compañeros de oficio por el hecho de destapar un caso de corrupción que afecta directamente a la pareja de su jefa, Isabel Díaz Ayuso. El problema de este infierno informativo no es MAR es quién lo apoya en la sombra, le ríe las gracias y le hace el trabajo sucio, porque este personaje es un viejo conocido del gremio por sus campañas destinadas a acabar con rivales políticos y empresariales e incluso personales. En él nada es casualidad. Se mueve como nadie en el lodazal, pero ahí sigue con el respaldo de Ayuso y de unos dirigentes del PP que lejos de mandarle a galeras lo defienden por si acaso algún día se lo encuentran en Moncloa. Pero este lodazal en que nos ha metido MAR, también ha dejado en evidencia un secreto a voces que confirma su capacidad para influir o destruir medios; si no hay sumisión o silencio se arroga la capacidad de “triturar” al medio que sea. Sorprendentemente, las palabras de este impresentable han contado con decenas de webs y un puñado de periodistas militantes de la mentira a publicar sus bulos y a callar el hostigamiento a medios y periodistas incómodos. Los mismos medios que dicen que hacen periodismo, que escriben al dictado sin molestarse en hacer una llamada para verificar y no soliviantar al “jefe”. Adictos a la mentira y al fondo de reptiles.
Antonia Merino
Con perspectiva sureñaAdictos a la mentira
El “caso Ayuso” ha puesto en evidencia esta falta de pudor del Gobierno de la Comunidad de Madrid