Con perspectiva sureña

Antonia Merino

Corrupción: Y tú más

Los trileros de la política, del periodismo e inclusive de la justicia andan dando lecciones de no sé qué

La corrupción está en el ADN de este país; anida tanto en un pequeño club de fútbol como en respetados monarcas abonados a paraísos fiscales. El rosario de casos que conocemos no deja la menor duda de que somos herederos legítimos del Lazarillo de Tormes, el pequeño pícaro más preocupado de buscarse la vida que de ganársela. La corrupción es un problema sistémico de la sociedad española y quien piense que se puede cambiar de golpe, se equivoca. Según la Real Academia de la Lengua, corrupción es “la acción y efecto de corromperse. En organizaciones, especialmente públicas, es la práctica de utilizar las funciones y medios de aquellas en provecho económico o de otra índole por parte de sus gestores”. Lo tenemos tan enraizado que apenas despierta interés cuando irrumpe un nuevo caso, quizás porque la impunidad con la que se actúa ya no escandaliza a nadie. Desde la dictadura hasta la fecha contamos con un listado de corruptelas de lo más jugoso y entretenido. Lo último en salir a la palestra ha sido el caso Koldo que se ha llevado por delante al ex ministro de Fomento con el Gobierno de Pedro Sánchez, José Luis Ábalos (ya va tarde a la hora de entregar su acta de diputado), pero podríamos tirar de hemeroteca para desenterrar un surtido variado de personajes públicos, asesores y familiares que han saqueado las arcas públicas bien por codicia o ambición. El escenario es sangrante: individuos sin preparación o con preparación (hay corruptos universitarios con dos carreras), que anteponen su propio beneficio al de los demás, sin importarles el incumplimiento de la ley. Es el gran circo de las influencias y las vanidades. Ahora andan algunos rasgándose las vestiduras, pero el vendaval de hipocresía que azota el caso Koldo abochorna y avergüenza. Los trileros de la política, del periodismo e inclusive de la justicia andan dando lecciones de no sé qué. La compra de mascarillas durante la pandemia ha sido el gran negocio millonario para unos pocos. Y aquí no se salva nadie o casi nadie. A pesar de la escandalera de los últimos años, comprobamos lo impunes que se sienten algunos a la hora de manifestar sus opiniones dando lecciones de moralidad, mientras portean una mochila cargada de procesamientos y condenas por corrupción. Esa es nuestra querida España. Nos esperan días de comisiones y del “y tú más”. El ventilador ha comenzado a funcionar, pero en esto todos son iguales y todos roban sin darnos cuenta de que son el reflejo de una sociedad en la que se valora la picardía por encima de la honestidad. Isabel Díaz Ayuso y su séquito mediático es el ejemplo más nítido de impunidad, exigiendo a los demás una responsabilidad política que ella elude. Su presa más conocida fue su compañero de partido y ex presidente del PP, Pablo Casado; fulminado por denunciar un caso de corrupción que afectaba de lleno a Tomás Ayuso, hermano de la presidenta madrileña. Algunos siguen pensando que el dinero público no es de nadie y se puede coger y distribuir sin dar explicaciones, claro que para denunciar tanto desmán sería necesario el concurso de medios de comunicación ejerciendo su labor de fiscalizar a los poderes públicos y un poder judicial independiente; pero mientras se sigan vendiendo los medios por un plato de lentejas y la justicia esté controlada por una parte de aquellos a los que hay que aplicarla, no hay nada que hacer. Y no se equivoquen, los que roban, sean del partido que sean, nos roban a todos.