Con perspectiva sureña

Antonia Merino

El innoble arte del insulto

Si acudimos al baúl de los recuerdos nos encontramos con una larga lista de lindezas

Hay expresiones que denotan una auténtica pérdida de papeles como la que tuvo ayer la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, tras la réplica del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo. “A la mierda”, llegó a decir la líder de Sumar. La reacción airada de la oposición no tardó en llegar en boca del coordinador general del Partido Popular, Elías Bendodo, durante su turno de pregunta en la sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados, no sólo criticó la expresión soez de la vicepresidenta sino que pidió su dimisión. “Qué vergüenza, qué bochorno. En un Gobierno serio una vicepresidenta por menos dimitiría, señora Díaz, por menos dimitiría”, reclamó un indignado Bendodo que, por cierto, nunca exigió la dimisión de su compañera de partido Isabel Díaz Ayuso, cuando llamó “hijo de puta” al presidente del Gobierno; aún más, el “hijo de puta” se transformó en un exclusivo eslogan de marketing político “me gusta la fruta” contra Pedro Sánchez y el Ejecutivo, imprimiendo el insulto en pins y camisetas y regocijándose en la burla algo que, por lo visto, al dirigente andaluz no le ha incomodado en ningún momento. Si acudimos al baúl de los recuerdos nos encontramos con una larga lista de lindezas como felón, ridículo, ególatra, okupa, traidor, ilegítimo, mentiroso, irresponsables, incapaz, desleal, incompetente… El caso es que, entre tanta artillería verbal y tanta exabrupto, también hay momentos en los que los mismos protagonistas tienen un minuto de cordura y llaman al sosiego, aunque sólo sea para afear la actitud del contrario, pero lo cierto es que el decoro o, más bien, la ausencia de decoro cohabitan desde hace tiempo en la vida política de este país. Resulta evidente que quienes más se afanan en emponzoñar el debate político suelen ser también aquellos que menos interés tienen en que se hable y se analicen cuestiones que afectan a la vida de la gente, quizás porque en el “innoble” arte del improperio, el fango es su hábitat natural.