En los mentideros de la Villa y Corte de Madrid no se habla de otra cosa que de la vedette Bárbara Rey y su estrecha relación con el rey “emérito”. Una relación que era conocida, se comentaba, se chismorreaba y nadie tuvo la osadía de pronunciarse de manera pública sobre los devaneos del jefe del Estado. Los ex presidentes del Gobierno y los servicios de seguridad tenían conocimiento de esta relación, pero callaban. Incluso la prensa rosa, tan ávida en hurgar en la vida de los famosos, silenciaba los flirteos del monarca. Las imágenes, que ahora corren como la pólvora por las redes sociales, han colocado en la diana a ella, a Bárbara Rey. Portadas y tertulias en las que ella es la gran protagonista, convertida en la perversa mujer que se atrevió a chantajear a todo un rey. De ella podemos tener una opinión. De hecho, conocemos sus adicciones y sus amoríos. Ella misma y la prensa “rosa” se encargaron de divulgar su vida siempre a cambio de dinero, algo muy habitual entre el famoseo de poca monta. Pero, ¿y, él? ¿Se va a seguir “blanqueando” su figura? Durante mucho tiempo los españoles hemos pensado que todo cuanto hacía este señor era bueno para el país, al menos así nos lo trasladaban desde altas instancias, las mismas que se encargaban de tapar sus andanzas extramatrimoniales (atesora un nada despreciable listín de amantes) y, cómo no, sus escándalos financieros. Nos lo vendieron como el gran héroe del 23-F (ahora, a través de unos audios, comenzamos a dudar si era el rey heroico o el elefante blanco). Nos hicieron creer que era la apuesta segura para la estabilidad de nuestro país. Pero este tipo simpático, campechano y “donjuanista” hizo uso de los fondos reservados (dinero público) para tapar sus aventuras reales; y mientras hablaba de "ejemplaridad" y de su amor por España, amasó durante décadas una importante fortuna que, según la revista Forbes, se podría situar en torno a los dos mil millones de euros. Un patrimonio fruto de “comisiones y otras prestaciones de similar carácter en virtud de su intermediación en negocios empresariales internacionales”, según un escrito de un fiscal del Tribunal Supremo. Gracias a él supimos que Hacienda no somos todos y que la impunidad existe y lleva su nombre. En enero de 2022, Juan Carlos I dejó de ser contribuyente en España para trasladar su residencia fiscal a Abu Dabi, un país tan poco garante de los derechos humanos. Lo cierto es que su fortuna nunca ha estado sometida a un control ni del Parlamento, ni de los jueces, ni de la gran prensa. Eso sí, cuenta con un “blindaje” a prueba de bombas. Y la única realidad es que ahora está en el punto de mira para garantizar el reinado de Felipe VI. De no ser así, sus ‘borbonadas’ se seguirían viendo como algo normal dada su campechanía.
Antonia Merino
Con perspectiva sureñaEl rey y la corista
Este tipo simpático, campechano y “donjuanista” hizo uso de los fondos reservados (dinero público) para tapar sus aventuras reales