El comportamiento de los hinchas radicales en los estadios de fútbol ha ido dejando en las últimas décadas un rosario de escenas infames, muchas de ellas con símbolos inequívocos de la barbarie humana. El pasado domingo quedó nuevamente en evidencia la permisividad de algunos clubes con los apologetas del fascismo al permitir todo tipo de insultos, cánticos y exhibiciones de banderas ultras. Lo cierto es que esta puesta en escena no es algo anecdótica ni siquiera puntual, sino más bien un hecho que se repite en muchos campos de fútbol, añadiendo cada fin de semana un grado más de vergüenza al deporte rey por excelencia, tan consentido y mimado por las altas esferas. La imagen de los jugadores del Atlético de Madrid aplaudiendo al final del derbi al fondo sur del Metropolitano, donde se ubican los ultras del Frente Atlético, cuando esos mismos ultras, muchos encapuchados- con la calavera tottenkopf de las SS de los nazis-, habían lanzado durante el partido una lluvia de objetos contra el portero del Real Madrid, Thibaut Courtois, confirma precisamente la existencia de una cierta complicidad de jugadores, directivos e incluso aficionados con estos energúmenos. Lo más perverso de todo ello es que estas acciones se reproducen porque se sienten amparados y protegidos, mientras las directivas hacen la vista gorda o simplemente los financian. No en vano el presidente Javier Tebas participó como dirigente fascista de Fuerza Nueva y nunca ha escondido su ideología, declarándose simpatizante y votante de Vox. Pero no es menos cierto que esta impunidad con la que actúan está directamente relacionada también con la protección mediática de la que gozan por medios y periodistas y, por supuesto, por algunos presidentes de clubes. "En el Atlético de Madrid no considero que haya nadie antirracista, ni racista, de ningún tipo. Es una afición ordenada, que como todas tiene sus grupos que son los que mueven todo este tipo de temas". Estas palabras del presidente del equipo rojiblanco, Enrique Cerezo, ilustran una burda estrategia para blanquear y normalizar unos comportamientos, que lo único que hacen es dar alas a la ultraderecha y a una filosofía violenta del deporte. Si no se producen sanciones ejemplarizantes, un cambio de actitud de dirigentes, de entrenadores y jugadores que marquen distancia con este tipo de hinchadas, se seguirá denigrando el fútbol, el cual cuenta ya de por sí con un triste historial de violencia y de víctimas. Este historial de violencia es el que aparece en un informe de la Policía Nacional realizado en la temporada de fútbol 2023-2024, durante la cual se realizaron 133 detenciones de ultras; se produjo un aumento de altercados en los que detectaron delitos relacionados con la violencia en el deporte, con el agravante de actuar con una motivación de odio. El perfil es el de españoles de entre 17 y 40 años, en su mayoría reincidentes en este tipo de delitos que se producen en partidos de la Liga profesional y también de categorías semiprofesionales. A parte de en estos energúmenos, habría que poner el foco en esa élite del fútbol patrio, caprichosa y rica, que es capaz de honrar a la hinchada ultra en cada gol, pero que calla con el beso de Rubiales a Jennifer Hermoso. Exceso de testosterona y cortedad cerebral.
Antonia Merino
Con perspectiva sureñaFútbol a mano alzada
El pasado domingo quedó nuevamente en evidencia la permisividad de algunos clubes con los apologetas del fascismo al permitir todo tipo de insultos