Con perspectiva sureña

Antonia Merino

El silencio de las víctimas

Hay muchos Iñígo Errejón de la vida que ocultan tras una máscara el monstruo que llevan en su interior

A mediados de la semana pasada una bomba hizo implosión en la izquierda. Uno de los suyos era acusado de ser un maltratador psicológico y acosador sexual. Los cimientos de la izquierda comenzaron a desmoronarse como un castillo de naipes. Cómo un abanderado del feminismo ha podido llevar a cabo conductas de violencia contra las mujeres. Y mientras la izquierda permanece en estado de shock preguntándose por qué, las aves carroñeras, ansiosas de carnaza, han aprovechado el momento para certificar el estado de defunción de aquellos que quisieron asaltar los cielos. El único eslabón que les faltaba para el deceso ya lo tienen, posiblemente sea el más jugoso de todos: el maltratador, abanderado del feminismo. Pero que nadie se llame a engaño, la violencia machista es estructural, no entiende de clase social, edad o ideología Desde la Iglesia, pasando por la judicatura, la política, la empresa, la cultura, el deporte e incluso en el periodismo esa fauna pulula con total impunidad por todos los estamentos de la sociedad, y lo hace con el convencimiento de ser intocable. Hay muchos Iñígo Errejón de la vida que ocultan tras una máscara el monstruo que llevan en su interior; actúan en casa y fuera de ella; a izquierda y derecha, jugando con el silencio y el miedo de las víctimas. Pero cuántos de estos hombres se sienten protegidos por un machismo sistémico y común, porque quien viola, agrede o acosa no suele ser un desconocido, la mayoría de las agresiones se producen en entornos laborales y en los círculos más cercanos. Hace seis años, la periodista Cristina Fallarás lanzó en X la iniciativa #Cuéntalo y animó a las mujeres a denunciar sus historias. En pocos días cientos de miles de ellas comenzaron a narrar sus historias de abusos y violencias. Historias que nunca habían sido contadas o denunciadas. Más de tres millones dejaron su testimonio o el de otras muchas que no podían hacerlo por haber sido asesinadas y que eran contados por amigas y familiares. La gravedad de esos testimonios anónimos nos indica una vez más, no sólo que algo está fallando, sino el terrible silencio que las envuelve. Qué confianza pueden tener las víctimas en un sistema que contradice lo que pregona. Un sistema que no sólo consiente su desprotección, sino que las cuestiona sistemáticamente en lugar de poner el foco en el agresor.