Con perspectiva sureña

Antonia Merino

La edad de oro de la mentira y la desinformación

Al igual que en el 11-M, la verdad parece importar bien poco a determinados medios, que juegan a generar confusión

Reconozco que desde hace tiempo me genera cierto vértigo asomarme cada mañana a los titulares de los medios de comunicación de este país, da lo mismo que sea radio, televisión, prensa escrita o digital, y comprobar cómo algunos de ellos y sus periodistas de cabecera se lanzan a la barbarie informativa alejándose de su papel de servicio público que antaño nos enseñaban en las facultades de periodismo. La tragedia de Valencia me lleva a recordar otros desastres vividos en este país como el accidente del Yak-42, el atentado yihadista del 11-M, la crisis migratoria o la sanitaria de la Covid’19; y cómo esa barbarie informativa es capaz de construir una realidad paralela al margen de los hechos por muy dolorosos que estos hayan sido. Sabemos que la desinformación nunca es inocente, pero en el caso de Valencia irradia una crueldad inasumible por el uso que se está haciendo de la desgracia y el sufrimiento de las víctimas de la DANA. Al igual que en el 11-M, la verdad parece importar bien poco a determinados medios, que juegan a generar confusión, a dar pábulo a noticias falsas, a alimentar dudas malintencionadas, que desembocan en el caos y en el enfrentamiento entre ciudadanos, ocasionando un dolor añadido a las víctimas y todo para sacar una tajada personal o política aunque ello entrañe menoscabar el papel de las instituciones públicas. Y en este escenario nos movemos. Por un lado, la industria de las fake news, las noticias falsas, engrasando la máquina del fango; y, por otra parte, asistimos absortos a un despreciable espectáculo de periodistas y émulos, que lejos de actuar con rigor se apropian de medias verdades que suelen estar en sintonía con sus mensajes, realizando interpretaciones interesadas que la mayor parte de su fiel audiencia no va a cuestionar. Y de esta manera, la verdad se diluye frente a los agitadores de bulos a los que les importa un pito la devastación y la tristeza por tanta pérdida. Es la edad de oro de un periodismo sin corazón, insensible a la razón y a las emociones; obra de voceros bien pagados, sin talento ni oficio, aplaudidos y costeados desde los palcos de ese poder para el que las personas no son más que números, ya sean los clientes de los bonos basura o los muertos por la DANA.