La noche del 23 de julio parece que al PP se le atragantó: Vox no era suficiente. Camino de cumplirse dos meses de los comicios y a escasos días de celebrarse el primer debate de investidura, el diabólico resultado electoral responde a un país plural (en las ideas) y diverso (en los sentimientos de pertenencia) en un marco común al que llamamos España. Precisamente esta diversidad es la que no acaba de encajar en el ideario político del PP. Su trillado discurso sobre la unidad nacional, la defensa a ultranza del español en Catalunya, su constante deslegitimación de las opciones políticas que articulan esta realidad y sus pactos de gobierno con la extrema derecha no fueron suficientes como para garantizarse una mayoría aplastante en las urnas. Esta estrategia del PP contra todos colisiona con anteriores etapas cuando sí era capaz de negociar y realizar importantes concesiones incluso al mismísimo nacionalismo catalán (pacto de Majestic), ahora ridiculizado y demonizado por sus huestes mediáticas que, por cierto, saludaron aquellos acuerdos con Jordi Pujol. Claro que estas concesiones son viables siempre y cuando el PP tiene el control la Cámara baja, si no es así la estrategia política se transforma en una cruenta batalla sin cuartel en todas direcciones: torpedear cualquier atisbo de diálogo y retroalimentar las diferencias eternizando el enfrentamiento político. Y aunque algunos no lo crean la derecha independentista catalana y la derecha españolista tienen más puntos en común de los que algunos piensan, al margen de la bandera y la lengua, para las derechas españolas del Estado, España es suya y para la derecha catalana es Cataluña la que es suya. Así llevamos más de una década enarbolando banderas para luego tirárnosla a la cara unos a otros eliminado del debate cuestiones que sí nos afectan a los ciudadanos (la sanidad pública, la educación pública, la dependencia…). En este perverso escenario, Feijóo, que aterrizó en Madrid con esa aureola de hombre de Estado, chapotea en un mar de contradicciones bajo la atenta mirada de Ayuso y Aznar, convertidos en los auténticos adalides del PP. Más allá de las turbulencias internas de Génova, más allá de los llamamientos a la desobediencia a las filas socialistas a la espera de que se produzca un soñado “tamayazo”, el presidente del PP no ha conseguido consolidarse como un líder incontestable ni siquiera ante sus propios votantes. En este guirigay interno, la derecha ha dejado claro que si son ellos los que negocian y se sientan con independentistas es por el bien de España, pero si lo hace el PSOE, “se rompe España”. Y en esta ofensiva el objetivo es el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, que debe ser eliminado ipso facto. De momento, el PP se prepara para lanzar una feroz campaña similar a la utilizada contra el Estatut en 2006 y desviar así la atención de un casi seguro fracaso de la investidura de Feijóo. La culpa será de los otros y así se tratará de enmascarar la soledad del PP en el Congreso.
Antonia Merino
Con perspectiva sureñaHistoria de una investidura
En este perverso escenario, Feijóo, que aterrizó en Madrid con esa aureola de hombre de Estado, chapotea en un mar de contradicciones