Con perspectiva sureña

Antonia Merino

Otro 25-N, nada que celebrar

Es evidente que hay toda una maquinaria reaccionaria a pleno rendimiento, que se muestra beligerante con el movimiento feminista

Hace más de dos década la violencia contra las mujeres dejó de ser algo privado para pasar a ser un asunto público. Había que hacer partícipe a toda la sociedad de la mayor lacra que asola nuestra democracia y para ello había que combatirla con todos los instrumentos con los que cuenta el Estado para tratar de brindar una protección legal a las víctimas. Hemos avanzado muchísimo en este tiempo, pero el riesgo de retroceso es aún mayor. De nada sirve la aprobación de leyes si éstas no van acompañadas de recursos, tanto económicos como humanos, para evitar la expresión más grave de la violencia de género, el crimen machista. Pero el problema de las víctimas va más allá, ¿cómo combatir el negacionismo ultra ante sus intentos de banalizar y negar no sólo la desigualdad a la que estamos sometidas las mujeres en todos los ámbitos, sino también esa violencia que arrebata vidas y destruye otras?. El discurso negacionista, que impulsa y alimenta la extrema derecha, está calando paulatinamente en determinados sectores de la sociedad; ha dado alas a los agresores minando la capacidad de las víctimas para recurrir a las instituciones. Muchas de ellas evitan hacerlo porque temen por sus vidas, por la sus hijos o peor todavía, por miedo a ser señaladas y culpabilizadas. Lo cierto es que el negacionismo campa a sus anchas tanto fuera como dentro de las instituciones (cinco gobiernos autonómicos tiene representación de VOX y en cientos de municipios de este país gobierna el PP de la mano de la extrema derecha) poniendo en jaque todo lo que se había avanzado en las últimas dos décadas. Basta con recordar las palabras del presidente de los populares, Alberto Núñez Feijóo, refiriéndose a la condena por violencia de género del candidato de Vox en las pasadas elecciones autonómicas en la Comunidad Valenciana, Carlos Flores, cuando aseguró que “tuvo un divorcio duro". Es evidente que hay toda una maquinaria reaccionaria a pleno rendimiento, que se muestra beligerante con el movimiento feminista y agrede sin ningún pudor contra los derechos y libertades de las mujeres. Pero también hay una responsabilidad social. La ciudadanía no puede mirar hacia otro lado, debe ser parte activa. La gravedad de los crímenes machistas es una prueba más, no solo de que algo está fallando, sino que esta violencia no está ocupando un lugar destacado en la agenda política. A pesar de tantos minutos de silencio y de tantas campañas institucionales, la pregunta es si hay voluntad política de erradicar esta lacra. Luchar por una sociedad libre de violencias contras las mujeres es una tarea colectiva porque el maltrato ocurre de puertas para adentro, pero hay que convertirlo en un problema social. No podemos dejar solas a las víctimas.