Con perspectiva sureña

Antonia Merino

Si mienten y manipulan, no están en tu bando

Tal y como dice un veterano periodista, ¿en qué momento se jodió la profesión?

Los cinco días de “reflexión” de Pedro Sánchez han dado mucho juego, entre otras cosas para que uno de los pilares de la democracia, el denominado “cuarto poder”, implosionara. La misiva firmada por cerca de once mil periodistas contra la vulneración sistemática del código deontológico por defender intereses espurios ha hecho saltar por los aires una profesión que soporta desde hace décadas una triple amenaza: la del poder político, las de los poderes económicos y financieros y la precariedad laboral. A esta triple entente hay que sumar el daño que ocasiona la comunicación en manos de unos pocos limitando las opiniones, imponiendo discursos y mensajes únicos, y quebrantando uno de los principios básicos de la democracia: el derecho a una información plural, veraz y rigurosa. Por otra parte, el cruce de reproches de estos días entre periodistas deja entrever que el “cuarto poder” no es una balsa de aceite, que el enfrentamiento soterrado ha aflorado y no de la mejor manera; pero sí llama la atención el cinismo de aquellos que se hacen llamar periodistas, reivindican la libertad de prensa y al mismo tiempo son porteadores de bulos y mentiras, dan alas a la desinformación y se saltan a la torera los principios que rigen la ética periodística. Y lo hacen a sabiendas de que su información ni está contrastada, ni verificada. Su propósito no es otro que socavar la credibilidad de instituciones y del propio periodismo. En este escenario es en el que encontramos sumidos en la deslegitimización al periodismo y a sus profesionales. Más allá de la precariedad laboral existe otra cuestión que nos afecta a todos, y es esa potente industria de bulos financiada con dinero público que ha brotado en los últimos años con fuerza en el ecosistema mediático ya sea en los gobiernos autonómicos de Madrid, Galicia o Andalucía. Un fenómeno que no sólo socava la confianza pública en los medios de comunicación tradicionales, sino que también plantea serias dudas sobre la responsabilidad de las instituciones que sustentan este lodazal, porque la mayoría de estos pseudomedios ni siquiera cumplen con los más mínimos estándares periodísticos. Son pseudomedios que se ponen al servicio de un partido o una ideología, elevan la opinión a la categoría de información, o la sospecha a la categoría de prueba sin contrastar, ni verificar porque su fin no es otro que el uso de la mentira para desprestigiar con malas artes al adversario político y sumarse a un engranaje cuyo fin no es la información y sí la desestabilización de gobiernos democráticos, véase Valencia o este último intento con el gobierno de España. Es tal el lodazal del que hablamos, que la FAPE (Federación de Asociaciones de la Prensa de España) ha tenido que salir al paso para “denunciar a aquellos compañeros y medios que denigren y desprestigien la profesión y que vulneren el código deontológico. Si mienten y manipulan, no están en tu bando”. Tal y como dice un veterano periodista, ¿en qué momento se jodió la profesión? ¿Cuándo y cómo se decidió enterrar la ética de una noble profesión que consistía en informar de manera rigurosa?