Detrás de la columna

Juan Manuel Arévalo

Los corsarios

Pareciera un título de novela de aventura juveniles al uso de las de mi época, o acaso para los más mayores el cartel de una revista musical con letras insinuantes y picantonas; pero no es así. Para empezar a navegar en el mundo del trinconeo es necesario recordar una diferencia esencial entre dos clásicos de la novela y el celuloide: piratas y corsarios. Ambos pertenecen a la delincuencia organizada de aquellas épocas, provistos de embarcaciones con las que asaltaban a otras en beneficio propio. Sin embargo los corsarios disponen de una licencia legal (patente de corso) otorgada por un gobierno, para asaltar buques de la competencia enemiga.

Ahora voy a otra cosa que no tiene nada que ver con esto. Desde hace más de un año, todos los usuarios de energía eléctrica disponen de un contador digital denominado popularmente con el adjetivo de inteligente. Ahora nos vigilan segundo a segundo controlando cuanto y cuando utilizamos la energía eléctrica en nuestro domicilio, abriendo un abanico de datos utilizables en la promoción comercial y que nos desnudan ante quienes piensan en el beneficio infinito navegando en el mar del consumo.

Van por delante y por encima de las legislaciones que pudieran regular la privacidad y cuando excepcionalmente surge el estudio de alguna ley que preserve estas privacidades y les ponga coto, sus grupos de presión o lobies se encargan de edulcorar cualquier pretensión que merme su rapacidad, o consiguen mandar el proyecto a ese cajón del olvido, tan repleto de derechos cercenados. La inteligencia de sus contadores alcanza un grado sumo, cuando se desconectan en la emisión de los datos, en unos momentos en los que los precios eléctricos varían diariamente e incluso por horas. Los tres tramos de precios fijados en horarios, posibilitan que el usuario, reloj en mano, decida en la medida que pueda hacer uso de los períodos más baratos, si es que esta calificación puede aplicarse al precio que nos los cobran.



Cuando esto no ocurre, recurren a la denominada “lectura estimada”, una figura que sigue en vigor y que procede de los antiguos contadores analógicos, cuya lectura era realizada por un empleado de una compañía cuyo nombre se parecía a un club futbolístico con color de la manteca “colorá”, afincado a la vera del Guadalquivir. Entonces el precio energético prácticamente era fijo y la regularización no presentaba perjuicio alguno para el usuario. Ahora se utiliza el “ojo del amo”, que como la banca, siempre gana y en vez de ruleta tienen una puerta que da vueltas.