Las grandes catástrofes de la humanidad han generado escenarios de dolor y miseria. Guerras y pandemias que nos asolaron fueron a su vez objeto de negocios y beneficios. Sobre la COVID se ha articulado igualmente la teoría de las grandes oportunidades. No es nada nuevo que el enriquecimiento carece de ética, y aunque a veces la norma trate de evitar excesos, esta se salta con o sin connivencia del legislador. Es entendible que la sociedad española reaccione tras un período de miedos y encierros viéndose incapaz de luchar ante algo desconocido. Son las mismas reacciones sociales que aparecen en los periodos posteriores a las dos guerras mundiales. Nuestra peculiar respuesta va vinculada a la calle y a los bares. Bien es cierto que la restricción de aforo en los locales y el uso de mascarilla en interiores propiciaron autorizaciones para instalar mesas en las vías públicas. La denominada cañita libertaria ayusera fue como la proa de un buque rompehielos que abrió camino a duplicar, triplicar y cuadruplicar el espacio interior de los establecimientos mediante ocupación de la denomina “cosa pública”, y para ello se construyeron estructuras que protegían cómodamente a la clientela.. Ahí fue en donde el servicio se consideró una fuente inagotable de beneficio. Veladores en la fachada de los bares han existido siempre, pero han pasado del uso razonable al abuso desmedido. Vemos como la peatonalización urbana se convierte en privatización del espacio público. Acerados, aparcamientos en vía pública son objeto de ocupación reduciendo los derechos de la ciudadanía que deben de prevalecer sobre el negocio privado. Ya sabemos que la derecha entiende perfectamente lo de “mas mercado y menos estado” y cuanto menos cosa pública haya mejor, pero los que se oponen a ello y llegan a gobernar producen confusión cuando hacen lo mismo. Eso resuelve muchas veces lo de la desafección política. Los efectos de la sindemia COVID han disminuido gracias a la vacunación masiva llegando a levantar la obligatoriedad de portar mascarilla en los interiores de locales. Sin embargo persisten los espacios ganados para pasear, absorbidos por las terrazas de los bares; zonas de bancos en los que no te puedes sentar. Es la bicoca recaudatoria de las arcas municipales. De la ocupación del centro se ha pasado a la generalización en el resto de vías urbanas Los oligarcas del biscuter, no han ganado. Se están forrando, pero a costa de los derechos al uso de los bienes públicos que le son inherentes al ciudadano que habita en la “polis”. Entonces la “eunomia”, el buen gobierno, se aleja y da paso a los “tiranos” apoyados en los “plusiois” (ricos). Finalmente los “queiromaques” (trabajadores manuales, pelados) se acaban levantando. De Grecia hasta aquí, todo se repite, pero lo peor es que no hemos aprendido nada. Bueno, ellos sí.
Juan Manuel Arévalo Badía
Detrás de la columnaLos oligarcas del biscúter
Las grandes catástrofes de la humanidad han generado escenarios de dolor y miseria. Guerras y pandemias que nos asolaron fueron a su vez objeto de negocios ...