El bar de la esquina

Antonio Reyes

Al final de la barra

Hay personas que llevan media vida dejándose la piel por hacer cosas interesantes para el disfrute de los demás, ideas que rondan contínuamente por...

Hay personas que llevan media vida dejándose la piel por hacer cosas interesantes para el disfrute de los demás, ideas que rondan continuamente por sus cabezas y necesitan salir por salud mental. Músicos que no son famosos, actrices, actores y directores que no pisan ninguna alfombra roja, pintores y pintoras que necesitan un lienzo porque no pintan nada en el universo de los colores de la fama, escritores y escritoras que agitan palabras porque lo necesitan, aunque luego no haya dios que se digne a comprar y leer alguno de sus textos, ni siquiera en sus pueblos y ciudades.

Gente que crea personajes, vidas, historias, música e imágenes para intentar hacer que desconocidos pasen un grato agradable y se olviden por un momento de sus propias tragedias. Manos y mentes llenas de callos porque ni saben ni quieren hacer otra cosa que no sea crear algo de la nada para dibujarnos una sonrisa, quizá una lágrima o hacernos pensar sobre algo en lo que nunca habíamos pensado.

Gente que nos agita por dentro y por fuera a golpe de guitarra, de pincel, de las tablas de un teatro, de las letras de una página o a través del objetivo de una cámara, que saben dónde tocar para emocionarnos y descubrir nuevos mundos a los que jamás llegaremos por cuenta propia, si no fuera por las líneas que estas personas pintan en los mapas que los demás siguen brújula en mano, como arqueólogos ansiosos de encontrar la fuente del eterno entretenimiento.

Y en el otro lado, al final de la barra de cada bar, los opuestos, los dueños de las sombras, esos que piden que rueden cabezas y que la cultura sea siempre gratuita al grito de “¡subvencionados!”. Personas oscuras que jamás tendrán el placer de crear, de disfrutar con el arte que se crea unas veces porque sí y otras para comer y pagar facturas.

Lanzan sus frustraciones desde su esquina de la barra. Que cucha tú, qué caras son estas entradas, estos cuadros, aquel libro o ese disco. Lo mejor que pueden hacer es quedarse en sus casas, como hasta ahora, guardar silencio y dar gracias a que sigue habiendo quienes se desviven para que también ellos, sin merecerlo lo más mínimo, disfruten, se rían y lloren con las genialidades de la gente de la cultura.

Sabemos que son muchos los que llevan sus mochilas cargadas de palos para nuestras ruedas. Qué ingenuos. Hay ruedas de acero que ni el más recio de los palos podrá detener jamás. Que sigan ladrando.