El bar de la esquina

Antonio Reyes

Ave, Djokovic

Todos conocemos personas que decidieron no vacunarse contra la COVID por el motivo que sea, personas que, a priori, pensábamos que eran sensatas, que su fe en la ciencia era total y que no dudan de otros éxitos de la humanidad. Sinceramente, es difícil entender este comportamiento en ellas, porque antes de la pandemia las hemos visto hablar y alegrarse de ciertos avances científicos que disfrutan todos los días y que no cuestionan.
¿Por qué ahora no? ¿Qué corre por las cabezas de esta gente para dar portazo al virus de esta manera tan irracional? Siempre digo lo mismo. Nadie, nadie se ha cuestionado el uso del cinturón de seguridad que solo sirve para salvar nuestra propia vida al volante y que su uso es obligatorio, pero estas personas ni se lo plantean.
Y luego están los que idolatramos y convertimos en dioses en la Tierra, deportistas como Novac Djokovic que, sintiéndose un ídolo de masas, se pasa por el forro (y se le permite que se las pase) las leyes de cualquier país, ya que se siente con tal poder social que él y solo él sabe que no le harán nada por no estar vacunado. Las leyes para los ídolos del deporte no existen, como parece que tampoco existe la protección de los derechos humanos para la Federación Española de Fútbol y para los jugadores que aceptan jugar en países donde estos derechos no existen. Dinero y petrodólares, que llaman algunos.
Personajes famosos que tienen el poder de mostrar sensatez a sus seguidores pero que eligen el camino equivocado, haciendo flaco favor al conjunto de la población. Ídolos de cartón piedra con la cabeza vacía y que solo saben darle patadas a un balón o golpear una pelota con una raqueta. Sí, lo digo a boca llena: si por mí fuera, no se celebraría ni una sola competición internacional en los países donde no exista la democracia ni el respeto a los Derechos Humanos, así de sencillo. Y, por supuesto, en los tiempos que corren donde han muerto miles de personas, de otros tantos han perdido sus negocios o de nuestros mayores despreciados en muchas residencias muriendo solos, a todas esas personas que no aceptan vacunarse cortando así futuras mutaciones del virus, que no cuenten conmigo para nada. A día de hoy siempre llevaré una mascarilla gigante cuando estéis cerca de mí. Mañana ya veré qué decisión tomo como gobierno independiente sobre vuestra cercanía a mi república.