El Cid campeador, cual mercenario visionario que vio en la batalla una forma de ganarse la vida, hacía paradas en las fondas con estrella Michelin que plagaban España, este país con más de un millón de años de historia. Como usuario comprometido con los autónomos, tras cada comida dejaba el correspondiente comentario en TripAdvisor ensalzando el buen trato y la calidad de las viandas.
En alguna ocasión echó en falta un buen AOVE Jaén Selección y así se lo hizo saber a los chefs de turno, porque todo el mundo sabe que la fama de nuestros aceites se extiende del uno al otro confín. Muchas pinturas rupestres representan a tribus enteras degustando una tostada de tomate y jamón celebrando la fiesta del primer aceite. Unas veces se hacía en las cuevas del norte, otras en las del centro y otras en las del noreste.
Las crónicas nos cuentan que somos pioneros en la mayoría de avances sociales desde la creación del Estado español. Inventamos el contrato indefinido, la seguridad social te daba derecho a que un barbero te echase un ojo sin cobrarte nada y el desempleo se pagaba con los excedentes de impresoras, que no eran más que escribas que los reyes donaban, por ejemplo, para ayudar a los notarios en las firmas de escrituras de compraventa de viviendas. Regalos que se desmadraron allá por época árabe, cuando estalló la burbuja de mezquitas.
La globalización, cómo no, es obra nuestra, gracias al gran corazón de nuestros reyes y la ilusión por sacar del salvajismo a las tribus del nuevo mundo. Cruz en mano y con una inmensa sonrisa en la cara, nuestro imperio creció bajo el paraguas del amor, permitiendo que los indígenas comercializaran sus recursos naturales amparados por la corona y auspiciando un mercado justo en el que nadie se viera perjudicado. En realidad, los reyes católicos fueron unos visionarios.
Si preferís hacer caso a investigadores, sabed que solo encontraréis falsedades, manipulación constante para intentar cambiar nuestra gloriosa historia de país milenario.
Por cierto. El ¡VIVA JAÉN! con el que termina el himno de la ciudad no es más que un homenaje a este periódico, que ya leía Colón cuando nos visitó en busca de parné para su expedición, mientras se zampaba una tostada con AOVE en el Manila, local pionero a nivel mundial de los llamados gastrobares, y pegaba con harina y agua una foto poniendo morritos a su cuaderno de bitácora.
Antonio Reyes
El bar de la esquinaHistorietas de España
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