El bar de la esquina

Redacción

Mar de desgracias

La del mar para pescar aceite y jornales, de castillos que se caen a pedazos cuando la mariposa del abandono agita sus alas, del ronquío infinito para luchar...

La del mar para pescar aceite y jornales, de castillos que se caen a pedazos cuando la mariposa del abandono agita sus alas, del ronquío infinito para luchar contra los gigantes, de artistas que lamentan la falta de puentes y pontífices, de cerezas, quesos y huertas huérfanas, de moros, cristianos, judíos y también campeadores.

De los que te acarician con la derecha y te regalan una peineta con la izquierda, de republicanos para hoy y monárquicos mañana, de quienes te lloran en un estrado y se burlan en la trastienda, de rojos entreveraos y azules verdosos, de vegetarianos que se hinchan de lomo de orza cada viernes santo y hacen ascos a la carne de los pobres, de valientes Juan sin miedo y cobardes Quijotes.

De barrios cada vez menos antiguos y más viejos, de sueños de grandeza de unos pocos que siembran de pesadillas las noches de la gente buena, de las dudas por saber si eres manchega o andaluza por no cantar sevillandas, la que pronuncia la jota hasta dolerle la garganta, la del ajo atao menos libre.

Del solanillo que no remueve conciencias, la de pipirranas mentales, la que sigue a ciegas la zanahoria en un palo, la de los mosquitos que se achicharran una y otra vez en la luz de las eternas promesas, la de los veranos que congelan los silencios e inviernos que churrascan caricias mentirosas, la de Despeñaperros como piedra en el zapato.

Siempre con el paso cambiado, la ilusión perdida, sin más sueño que el deseo de no sentirte engañada, la pena disfrazada de esperanza que ya nadie tiene, la isla olvidada del sur de las desgracias, la hermana pequeña que hereda la ropa de sus mayores, la paloma que come de las migajas de los grandes banquetes, un condenao en el patíbulo sin último deseo, el niño con gafas de culo de vaso del que todos se ríen en el colegio, la desidia en aceite para que dure cien años.

Qué falta te hace una pizca de sentimiento nacionalista, ese que criticas en otros y por el que suspiras en privado, hartica de esperar que alguien te quiera mientras refunfuñas a medio gas. Deja de llorar y límpiate los mocos, que andamos faltos de pañuelos.

Ni levantándote mil y una vez sobre tus piedras lunares, ni poniéndote cara al sol ni dándole la espalda, encontrarás un solo motivo para creer en la blanca y verde ni en la roja y güalda. Las promesas para otros que se empalmen con las banderas que no nos quieren.