El aumento de agresiones homófobas y actos de odio hacia el que eligió amar a alguien de su mismo sexo es una realidad impepinable, así como la evolución mimada y publicitada de manera gratuita de grupos neonazis que salen a la calle para mostrarse como los salvadores de la patria. Se venden como empresas (¿legales?) de desocupación, pero son solo matones con ganas de dar hostias. Por desgracia, estos hechos son algo con lo que convivimos desde siempre, antes y después del 20 de noviembre de 1975. Y hay que decir el motivo, no vaya a ser que alguien no haya caído en ello: se multiplican de forma exponencial por las soflamas vomitivas del partido verde y la alfombra roja que su socio de honor le ha puesto desde las pasadas elecciones municipales y regionales. Una ola de trumpismo cañí al que parece que muchos se suben cual moda de verano. Hasta aquí los éxitos en avances sociales y sean bienvenidos todos los eufemismos necesarios para abrazar a los revisionistas rancios, racistas, homófobos y xenófobos con las tripas llenas de odio.
Que un partido que se hace llamar demócrata le abra las puertas de las instituciones y otorgue carteras a esta gente es un problema social gravísimo. Basan sus campañas electorales en consignas fáciles y eslóganes repetitivos porque, básicamente, no dan para más, ni ellos ni gran parte de su electorado, que repiten como loros frases catetas mientras lo de pensar se lo dejan a otros. Debe ser difícil hablar de económía cuando no hay una grieta por la que meter baza, ni de políticas sociales ni de vivienda, porque cuando enseñan la patita es cuando demuestran lo que son de verdad. Feijóo dijo ahí atrás que las políticas de este Gobierno «son para minorías». Las personas trans, los jóvenes y su acceso a la vivienda, el salario mínimo que ahora la propia CEOE no quiere tocar o la subida de las pensiones, para su partido son temas que solo afectan a minorías, según el candidato que dejó a su Galicia natal con una deuda terrible. Y, claro, cuando uno tiene que hacer campaña sin estas armas y se dedica a mentir sobre el estado de la economía mientras la UE y muchos expertos extranjeros tiran por tierra tus mensajes de miedo, no te queda otra que inventar frases como «que te vote Txapote» o ideas vacías como «el sanchismo» para dirigir la lucha hacia la figura de tu adversario, no hacia sus políticas, de las que no tienes ni un solo argumento (real, no inventado maliciosamente) con el que jugar tus bazas. Puestos a gritar eslóganes absurdos, pues «que te vote el narco del bote», señor Feijóo. Qué bonita se ve la vida desde un ático de 140 metros en el centro de Madrid mientras cobras un suplemento en el Senado para vivienda, sobresueldo de tu partido aparte. Ático, por cierto, del que parece que nadie habla. Pero si la gente lo ve bien, yo me callo, que soy un buen demócrata, y si creen que multiplicar por tres la deuda de Galicia durante sus mandatos es el mejor currículum para un candidato, ni media más.
Ellos y su España para unos pocos, la estrategia de hacer creer a quienes los votan que también son clase media o que pueden llegar a serlo, el haber prostituido el sentido y significado de la palabra libertad. Cualquiera diría que lo que pretenden es un make Spain great again (¿o era «una grande y libre» por eso lo de los eufemismos?). Cometimos el error de dejarles apropiarse de la bandera cuando son ellos y sus socios los que más han denostado su significado, pisoteado y arrastrado como nadie ese trozo de tela. ¿Les vamos a dejar que sigan diciendo eso de «votar en libertad» mientras son ellos y sus alianzas las que limitan cada día más el vuelo de las personas que quieren amar a quien les salga de las plumas o a quienes se sienten en el cuerpo equivocado y desean corregir ese error de la naturaleza? ¿Nos vamos a quedar en casa a verlas venir? Nunca entendí cuando alguien dice que no le interesa la política o que todos son iguales, porque pensar así es lo mismo que decir «me importa una mierda lo que le pase a este país y a las personas que, por el motivo que sea, es imposible que accedan a una vivienda diga, tengan un salario adecuado o quieren besar y amar a quien otros creen que lleva al infierno». Este grupo de población es quizá el culpable real de la falta de avances sociales o de los posibles retrocesos.
Si mañana las calles se llenan de José Manueles Soto, Girautas, Negres, terraplanistas, abogados ultracatólicos, treceteuvers, ayusers, neofascistas peligrosos con tintes mercenarios que desocupan viviendas con total impunidad y demás reaccionarios, ni se os ocurra llorar en el caso de que os toque sufrir en las carnes de vuestros hijos el precio de los alquileres, la caza de maricones o algún problemilla raro en sus contratos de trabajo, porque con vuestra actitud habréis demostrado que sois consecuentes con eso de que no os interesa la política y que todos son iguales. Muchas de estas cosas no ocurrirán, porque solo son sus armas para llegar al poder sin un programa bien definido, de ahí que en lugar de propuestas serenas tiren por la calle de en medio y se inventen eslóganes barriobajeros vacíos de consistencia social. Eso sí, te han convencido de que España es un país peligroso, de que la ocupación es un problema gravísimo, de que la inmigración es una invasión real, de que la izquierda te lo iba a quitar todo y de que ETA sigue viva. Y tú, crédulo infantil, ya no recuerdas quiénes están en la cárcel por corrupción. Y no solo eso, sino que a la primera ocasión que tuviste, con tu voto confesaste que la corrupción de la derecha la ves con buenos ojos.
Alguien escribió esto hace unos días y no me queda otra que aplaudir sus palabras: «La conquista de derechos es lenta, compleja y a veces ingrata. Para perderlos solo hay que quedarse en casa un domingo electoral». Porque la libertad no es lo que te quieren hacer creer esta gente, no, con su estupidez esa de «votar en libertad», como si fuésemos al colegio electoral con un arma en la espalda (anda, mira, como hacen las monjas todos los años en Galicia con los mayores). La libertad es ir por la calle y besar a quien quieras sin que nadie alrededor tuyo piense que estás enfermo, no tener que soportar lonas donde pretenden tirar a la basura tus derechos vomitando un odio visceral al diferente, no tener que convivir con un partido que besa por donde pisan los reaccionarios a cambio de poder y no comprobar que la primera medida «para mejorar la sociedad» es subirse el sueldo nada más poner un pie en un ayuntamiento. Quizá va siendo hora que la justicia se ponga manos a la obra y empiece a denunciar a esta chusma por delitos continuados de odio. Sí, la justicia. Nos os riáis, cabrones, que es un tema muy serio. A este paso, la idea de ver siempre al presidente o vicepresidente del Gobierno rodeado de militares con grandes gorras redondas es más una posibilidad que un mal sueño. Una buena persona puede llegar a ser un buen político, pero quien rezuma tanto odio y echa de menos los tiempos en los que se solo había una forma de ver la vida, jamás será ni buena persona ni buen político.
Ah, se me olvidaba. «Todas las víctimas del franquismo son inocentes y es un deber moral y político rendirles homenaje, reconocer su valía y defender su significado social. Defender la memoria de los asesinados por luchar por nuestra libertad es defender el estado de derecho, propugnar la centralidad (¿?) de las víctimas del franquismo, reconocer la pluralidad (¿?) y cuidar de las leyes aprobadas en democracia y en libertad. Por todo esto, es preciso trasmitir a los jóvenes su historia, para que sus nombres no se olviden en la laguna mental de quienes utilizan a los muertos para hacer política». Palabras (¿escritas por un negro?) estas que nuestro alcalde pronunció en un claro ejercicio de no querer borrar el legado de ETA de la vida pública y política y seguramente alentado desde Madrid. Sorprende ver que son los mismos que dicen que hay que olvidarse de los muertos de las cunetas y fosas comunes y de sus familias. Cualquiera podría pensar que si el alcalde firmó ese texto (porque fue él, ¿no?) fue porque es equidistante entre el franquismo y la democracia. A estas alturas, escribir tal barbaridad y después pedir perdón es inadmisible, porque el mensaje que se quería dar quedó enviado a sus fans.
Aun así, quiero pedir a estos dos partidos con toda sinceridad que, si logran gobernar, hagan de forma valiente lo que dicen que van a hacer, lo que hay en sus programas, sobre todo al verde. Es la única manera de demostrar empíricamente que no todos los políticos son iguales. No hacerlo supondría que han mentido a sus votantes y que solo querían sillones a cambio de su dignidad.
Que paséis un buen verano «en libertad». En septiembre retomaremos la deriva por donde la dejamos.
Antonio Reyes
El bar de la esquinaNáufragos por vocación
La libertad es ir por la calle y besar a quien quieras sin que nadie alrededor tuyo piense que estás enfermo