El bar de la esquina

Antonio Reyes

Torquemada

Hemos dejado que se apropien de la palabra más hermosa del mundo al igual que lo hicieron de la bandera de todos

No han sido las primeras medidas que han llevado a cabo el PP y el partido verde, pero sí las segundas. Como ya ha ocurrido en otras ocasiones, la primera fue subirse el sueldo de manera obscena, sin pudor ni vergüenza. Y quien pueda pensar que hasta ahí llega su programa para los ayuntamientos donde han ganado, se equivocan.

Con algún conjuro tenebroso de resurrección, han traído de vuelta a Torquemada, le han limpiado el polvo y hale, a hacer lo que tanto le gustaba. Todo comenzó en la Comunidad de Madrid, cuando Ayuso denunció adoctrinamiento en los libros de texto propuestos por el Gobierno central y aplicaron una táctica basada en utilizar sinónimos para evitarlo. Eso sí, quitaron horas lectivas a la asignatura de Ética y se las dieron a Religión, no vaya a ser, ya que todos sabemos que la religión te ayuda a vivir en libertad y la ética a hacer lo que otros te digan que está bien o mal y a confesarte por ello, además de cantar al menos una vez al año «Soy el novio de la muerte».

Y aquí es donde quería llegar, a esa tan cacareada y prostituida palabra en los últimos tiempos: libertad. Está claro que para el Partido Popular, la verdadera libertad está solo en seguir sus eslóganes y políticas liberales. Todo lo demás es comunismo, Venezuela, eta y «sanchismo». Como he dicho al comienzo, esa libertad a la que le han metido la mano por detrás y tapado la boca con esparadrapo, es la que utilizan ellos y sus nuevos amiguitos para que los modernos Torquemadas hagan de las suyas. Censuran obras de teatro clásico, películas infantiles por un beso entre dos mujeres y actuaciones musicales por tener alguna mujer la desfachatez de enseñar una teta (bravo Rocío Sáiz y Marc, cantante de Sidonie). Si es que ya lo dijo el nuevo vicerrector de la Complutense: «un católico debe desobedecer las leyes contrarias a la natural». Y en eso andan tras subirse los sueldos en muchos ayuntamientos, en inocular como el veneno de una serpiente su forma de ver la vida nos guste o no. Ellos son la ley, el sheriff del pueblo, el cetro del obispo y la ira de Dios.

Ay, libertad, que bonito nombre tenías (parafraseando al Lichis). Me acuerdo de aquel tiempo en el que podíamos hacer y decir lo que quisiéramos, unos con más gusto que otros, sin miedo a que alguien con un boli rojo y una goma de borrar eliminase parte de nuestra cultura o nos cortase las alas a la hora de expresarnos. Pero he aquí que han vuelto cuando pensábamos que era imposible, como aquellos adolescentes de la película «Die welle» (La ola, 2008), que inocentemente creían que un sistema autocrático no se podría crear de la nada en los tiempos actuales. Siempre es la misma táctica: primero se ataca a la cultura y a quienes la hacen para evitar que se propaguen ideas contrarias a las suyas, minimizar las personas librepensadoras y borrar de un plumazo el libertinaje que, según esta chusma selecta, promueven quienes darían su vida para que los demás se expresaran con libertad (con la buena, la de ellos, claro).

Hemos dejado que se apropien de la palabra más hermosa del mundo al igual que lo hicieron de la bandera de todos. No dejan de cacarear y de usarla sobre todo en el eslogan «votar en libertad». ¿Votar en libertad como lo llevan haciendo años los abuelos gallegos de las residencias cuando van acompañados por las monjas sin saber qué papeleta hay en el sobre? ¿Votar en libertad para que lleguen vuestras hogueras en las que ardan la cultura y la creatividad? ¿Votar en libertad para no tener una vivienda ni un sueldo digno? ¿Votar en libertad para recortar otra vez derechos a las personas que aman a otras del mismo sexo porque así lo ha querido la naturaleza? ¿Votar en libertad para que me digáis qué debo estudiar y qué no? ¿Votar en libertad para que vosotros podáis abrazar al partido verde mientras lo disfrazáis de demócrata y criminalizáis al resto? ¿Votar en libertad cuando sois vosotros los que habéis votado sistemáticamente en contra de todo lo que de verdad significa esta palabra?

La libertad es lo que les faltó a los mayores de las residencias de Madrid, cuyas familias, tiempo después, han tenido que soportar como se declararon tres días de luto por la muerte de Isabel II de Inglaterra y ni un solo homenaje para ellos. Libertad es lo que no tienen las familias vulnerables que a diario desahucian de sus viviendas porque los fondos buitre a los que tanto amáis y protegéis especulan con vidas humanas sin importarles una mierda (el hijo de Aznar trabaja en uno de estos fondos, ¿no?). Libertad es poder crear algo de la nada sin que venga un censor del nuevo régimen y te diga «esto sí, esto no». Libertad sería que nuestro sistema judicial no estuviese controlado por delante y por detrás por los adalides que nos quieren vender una libertad de Hacendado. Libertad es no reducir el significado de esta palabra a la nada, como lo venís haciendo desde hace un tiempo por vuestra capacidad de inventar eslóganes de bar que vuestros acólitos y representantes locales y provinciales repiten porque así lo manda el gran jefe.

Es horrible ver cómo los que se han alzado en defensores de la libertad (perdón por repetir tantas veces esta palabra) ahora son los censores del reino, los que prenderían hogueras alimentadas con libros y harían el paseillo por la plaza del pueblo con la cabeza rapada a quien osase salirse de los cánones que ellos quieren imponer. ¿Por qué reaccionan ante la cultura como el vampiro que ve una cruz? ¿Por qué parecen la niña del Exorcista cuando le echan agua bendita por encima al ver una obra de teatro o película que enseña la naturaleza humana tal y como es? ¿Cómo vamos a empujar a este país hacia adelante si la mitad del espectro político se empeña en montarse en su máquina del tiempo y volver una y otra vez hacia atrás?

El aumento en toda Europa de este tipo de ideología que lucha contra las libertades individuales y colectivas utilizando esa misma palabra para justificarlo debería preocuparnos a todos más de lo que creemos. Porque hoy puede ser la cancelación de una obra de teatro o de una película, pero mañana puede que nos levantemos con los edificios repletos de grandes lonas con la cara del Líder supremo ondeando al viento de la censura y la represión. Al colectivo LGTBI lo llaman enfermos, a los más necesitados «vividores del Estado», a las actrices y actores que se revelan «rojos comunistas subvencionados» y a los que echan de sus casas porque un fondo de inversión está protegido por sus políticas agresivas les dicen que se esfuercen más, que hay casas más baratas.

Terrorífico, ¿verdad? Pues así son los defensores de una libertad que primero te la prometen por un voto y después te la quitan porque la carga el diablo.