Desde que soy joven siempre he escuchado hablar mal de los italianos…al menos en lo concerniente a su actividad dentro del sector del aceite de oliva.
Se nos antojaban estos señores como unos mercachifles diabólicos que nos compraban a precios irrisorios el aceite que con tanta dificultad y sacrificio producíamos y se lo llevaban a su país para envasarlo en preciosas botellas que luego vendían por todo el mundo a precios estratosféricos afirmando que el contenido era “producto italiano”. La vieja historia de permutar espejuelos y abalorios por oro se repetía en nuestro solar patrio.
La aparición de la segunda parte de la película “El Padrino” de Francis Ford Coppola estrenada en España en 1975 no hizo mas que reafirme en mis convicciones. En las escenas del film interpretadas por Robert de Niro queda reflejado que, nada mas comenzar su carrera gansteril, a principios de los años 20 del siglo pasado, Vito Corleone monta en Nueva York una empresa de importación de aceite de oliva italiano para blanquear los fondos que recaudaba con sus actividades delictivas.
En nuestro subconsciente colectivo de olivicultores, los italianos eran los que se aprovechaban de nuestro esfuerzo y nos arrebataban los frutos de nuestro trabajo obteniendo pingües beneficios sin hacer prácticamente nada.
Por avatares del destino y por motivos laborales me trasladé a vivir a Milán a inicios de la década de los años 90. En aquella época aún trabajaba en el mundo de la banca internacional. Durante mis seis años de estancia allí, aprendí mucho sobre aceite de oliva y a que mis prejuicios en relación con los italianos desaparecieran por completo.
Tomé conciencia del importante rol que tuvo Italia en la fundación de la Comunidad Económica Europea y en la creación de la política agraria común en 1963, en donde, al ser el único país productor de aceite de oliva, negoció extraordinariamente bien con sus socios los mecanismos de las subvenciones a la producción, aprovechándonos años después, España, Grecia y Portugal, de este marco regulatorio. Aprendí también que el país transalpino producía muy poco aceite de oliva pero que los buenos AOVES italianos, los creados realmente en la Toscana, la Apulia o en Sicilia, eran de extrema calidad y además lo sabían rentabilizar sabiamente vendiéndolo en el mercado a precios 2 o 3 veces por encima de los españoles de similares características utilizando valores entonces prácticamente desconocidos para nosotros: cosecheros, olivos propios, origen, molino, extracción en frio, escasez, calidad vs cantidad, etc.
Los italianos supieron, además, materializar un concepto básico que para nosotros ha sido difuso hasta hace escasos años: el AOVE es un ingrediente culinario, un condimento único en la cocina que siempre ha de estar maridado o armonizado con algún alimento. Aprovechando el enorme tirón de su cocina tradicional, (aparentemente) simple y muy sabrosa, universalizaron el uso del aceite de oliva y dieron a conocer la quintaesencia de la dieta mediterránea. Allí donde existía un restaurante italiano en cualquier rincón del mundo se rendía culto, con mayor o menor éxito, al zumo de la aceituna. El binomio AOVE:ITALIA se iba construyendo lentamente y con esfuerzo de la mano, entre otros, de los cocineros.
Comprendí entonces que la leyenda negra sobre Italia era exactamente la contraria de lo que yo había aprendido. Nosotros trabajábamos, sí, desde luego, cuidando esmeradamente de nuestros olivos y molturando las aceitunas cuando alcanzaban el mayor porcentaje oleico, pero entendiendo erróneamente que nuestra labor finalizaba cuando el aceite quedaba bien guardado en las bodegas de las almazaras y cooperativas. No fuimos capaces de interiorizar que, ascendiendo en la cadena de valor, se encontraba el verdadero retorno a nuestro esfuerzo. Aún hoy, hay muchas personas en nuestro sector que al oír la palabra “comercialización” entienden que se trata únicamente de colocar sus botellas de “aceite verde” entre los vecinos del barrio y en las mesas de los restaurantes y bares de su propio pueblo.
Los italianos en cambio hicieron de la necesidad virtud y actuaron. Tenían producciones de aceite de oliva muy cortas pero una gran iniciativa, voluntad emprendedora e imaginación. El espíritu de los grandes mercaderes genoveses y venecianos impregnaba su ADN. A partir de los años 50 cogieron sus maletas, como modernos Marco Polo, y se fueron a recorrer el mundo vendiendo aceite de oliva “Made in Italy” apoyados por su potente estructura de restauración. En esa época estaban prácticamente solos, carecían de competidores, pero tenían muy claro sus objetivos y sabían cómo materializarlos: segmentaban mercados, creaban marca, valores diferenciales, cuidaban extraordinariamente sus presentaciones, los códigos de comunicación, los mensajes que transmitían, acudían a ferias, establecían estrategias comerciales…eran encantadores, perseverantes, convincentes. Con el paso de las décadas lograron consolidarse en mercados tan importantes como USA, Canadá, Centro Europa, países escandinavos, UK…determinados países asiáticos. Es cierto que una gran parte del aceite de oliva que comercializaban era de procedencia española y que nos lo compraban a granel en cisternas para envasarlo en preciosas botellas de 500 ml., pero LO VENDIAN, vendían el aceite de oliva español mientras nosotros, cobrábamos al contado, dormíamos plácidamente en nuestras casas y los dejábamos hacer con la parsimonia del que habita plácidamente en la zona de confort… “la España que bosteza” en palabras machadianas.
Estamos en deuda con los italianos, créanme. Abrieron mercados, dieron a conocer el aceite de oliva a millones de consumidores que durante generaciones habían utilizado en sus cocinas otras grasas animales o vegetales distintas, transmitieron cultura, formación y conocimiento sobre el olivo y el AOVE, ampliaron las ocasiones de consumo, lo rodearon de un aura de excelencia y de calidad única. Cuando en la década de los 90 los españoles comenzamos seriamente a emprender el camino de exportar nuestros zumos (junto con los griegos, turcos y otros países productores) nos encontramos con que gran parte del trabajo estaba ya hecho. Nuestros potenciales clientes, los posibles importadores, sabían que es lo que era el aceite de oliva, su procedencia, origen, naturaleza y usos…Una parte de la labor comercial había sido ya llevada a cabo.
Es cierto que, con frecuencia, en nuestro sector del aceite de oliva “manca finezza” pero aun y a pesar de ello “de bien nacidos es ser agradecidos”. No seamos ingratos.