Siguiendo el mandato de Borges, y haciendo caso de lo que escribió el maestro (“por si no lo saben, de eso está hecha la vida, solo de momentos; no te pierdas el de ahora”), cada año, en la sobremesa de la cena de Nochebuena, la familia ensaya juegos y pasatiempos con los que entretenernos y pasar el rato. A pesar de la polarización y de que en el grupo hay cuñados, no hay límites al dialogo, ni tampoco normas que impidan hablar de lo que uno quiera, incluida la política o la crítica social. Somos educados y nos gusta vivir el momento con armonía, sabedores de que alguno podemos no estar cuando pase un año y nos reunamos para celebrar otra Nochebuena. Ahora somos veinte los comensales: pocos niños y 16 adultos de distintas generaciones que, en muchas ocasiones, piensan distinto, incluso muy diferente.
Desde hace algunos años, el postre es el preludio a un simpático juego que, casi siempre, ofrece resultados a tener en cuenta. Se desarrolla así: Aleatoriamente, alguien escribe una frase corta, un pensamiento, una breve reflexión o un deseo en un folio; su vecino o vecina de mesa lee lo escrito y replica con otra frase que puede, o no, tener relación con la primera. A partir de ahí, los sucesivos escribidores solo podrán leer el texto del que les precedió, pero no otro, y escribir lo que se les ocurra, y suceden cosas tan mágicas como lo que sigue:
.Frase inicial: “La Navidad fue creada por el Grinch, a pesar de que la odiaba”.
.Segunda frase: “Por su culpa las navidades están llenas de indigestiones, apretones y villancicos desafinados”.
.Séptima frase: “Pero todo esto es una pura falacia a la que hay que dar forma y contenido”.
.Octava frase: “Falacia o no, lo importante es no resignarse”.
.Novena frase (con ella se inició el revuelo): “Si queremos contribuir al cambio de Sánchez, no hay que resignarse”.
.Décima frase: “Márchese, señor Sánchez, márcheseee…”
.Undécima frase: “¡Pedro, perro Sánchez dimisión!”
.Decimoquinta frase: “Aunque eso… es como pedirle peras al olmo. Mejor ser más realistas. Abascal, Presidente”.
Frase final: “…Y entonces desperté de mi sueño. ¡Vaya pesadilla! Ahora solo me queda brindar con cava con mi familia y abrazar la diversidad”. Y esa reflexión última la compartimos todos los comensales/jugadores.
El juego (la entretenta decimos en Úbeda) tuvo un final feliz y todo el mundo se partió de risa y aplaudió los desvaríos. No lo repetimos, por si acaso y por prudencia, pero todos los adultos convinimos en que, más allá de la polarización, el dialogo es siempre posible si somos capaces de seguir la mágica fórmula de Antonio Machado: “Para dialogar, preguntad primero; después, escuchad”. Es una fórmula ideal porque hay muy pocas personas en la política, en la ciencia, en el arte, en la filosofía, en la vida, muy pocas, incluso entre las más valientes y arrojadas (ninguna entre las más estúpidas), que tengan el coraje de admitir que sus opiniones de ayer eran un error y, quizás, un disparate. Se abre así el debate de que, aunque todas las personas sean respetables, no todas su opiniones lo son, como han filosofado Adela Cortina o José Antonio Marina. Ya Stefan Zweig nos recordó, y dejó escrito, que es estrecha la frontera que separa la estupidez de la temeridad, pues entre lo heroico y lo insensato no hay ninguna diferencia.
Se nos ha enseñado que se puede llamar feliz a quien, gracias a la razón, no teme ni desea y que la libertad no la da otra cosa que la despreocupación por la suerte, porque nadie que se sale de la verdad puede ser llamado feliz, aunque te toque el gordo de la lotería. La vida feliz se asienta inmutable sobre un juicio, recto, verdadero y firme. Pidamos a los Reyes Magos que nos ayuden a crecer en conocimiento y en educación. Tan solo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre. El hombre, dijo Kant, no es más que lo que la educación hace de él. Que así sea.