Estilo olivar

Juan José Almagro

Corrupción, divino tesoro

Transparencia Internacional concluye que la mayoría de los países han logrado nulos o mínimos avances al combatir la corrupción en el sector público

Carlos Sánchez, periodista económico de renombre, acaba de publicar ‘Capitalismo de amiguetes’ (Harper Collins, 2024), un libro que recomiendo vivamente y en el que, al mencionar a la nueva clase social nacida en España tras la desamortización de Mendizábal (que tuvo notorios efectos recaudatorios pero fracasó socialmente, todo hay que decirlo, merced a la corrupción y a la manipulación de las comisiones municipales que debían velar por la pureza del proceso), se nos dice: “Es en este contexto en el que floreció una vieja expresión que refleja bien el orden social de la época: el término recomendación, que es el antecedente inmediato de eso que hoy se llamaría amiguismo, y que en ocasiones es la puerta de entrada a la corrupción.” Se empieza por pequeños favores -las recomendaciones- que en España se hicieron (y son) populares para conseguir determinados objetivos, puestos de trabajo o la adjudicación de algún contrato, y algunos acaban llevándose el dinero a espuertas…

Los corruptos son las personas y/o las instituciones (y sus dirigentes, que de todo hay) que con su deshonesto e ilícito actuar destruyen la convivencia, el entorno familiar o profesional, la empresa o institución para la que trabajen y, cuando la corrupción se instala en el tejido social y ahí se queda, consiguen que el peligro de derrumbe alcance a la democracia y a la Sociedad toda. Corrupción y desigualdad -lo hemos escrito muchas veces- son las lacras que todos toleramos y con las que nos hemos acostumbrado a vivir. Así es la condición humana, y así seguirá siendo porque en el Génesis ya se dice que “miró Yavhe a la tierra y he aqui que estaba corrompida.” Lo grave no es, pues, que la corrupción exista; lo perverso es que, como ha llegado para quedarse, ahora la aceptemos y nos parece lo mas natural del mundo.

El Índice de Percepción de la Corrupción (IPC) 2023, publicado el 30 de enero de 2024 por Transparencia Internacional, no ha traído buenas noticias. Por ejemplo, revela que España no avanza en sus esfuerzos (?) de prevención y lucha contra la corrupción, manteniendo la puntuación del año pasado (60/100). Con esta calificación, que representa un aprobado, España baja un puesto respecto del Índice del año pasado y cuatro sobre el de 2020, y ocupa la posición 36 sobre los 180 países del ranking global del IPC, junto con San Vicente y las Granadinas y Letonia; una posición por encima de Botsuana, dos por encima de Qatar y otros dos por debajo de Portugal y Lituania. Ahí y así estamos, y no se nos cae la cara de vergüenza…



Un año más, y van seis consecutivos, en la lucha contra la corrupción Dinamarca encabeza el índice, junto con Finlandia, Nueva Zelanda, Noruega, Singapur, Suecia y Suiza, todos con más de 80 puntos. Y cierran la lista Somalia, Venezuela, Siria y Sudan del Sur, con 13 puntos o menos. Transparencia Internacional concluye que la mayoría de los países han logrado nulos o mínimos avances al combatir la corrupción en el sector público. Durante doce años consecutivos, el promedio global del IPC se mantiene sin variaciones en 43 puntos (suspenso) y más de dos tercios de los países obtienen una puntuación inferior a 50, suspensos también. Estos datos nos llevan a una conclusión grave: existen en el mundo serios problemas de corrupción y la falta de control es palmaria. Poco, muy poco, hacemos para acabar con ella.

Olvidamos que el único antídoto/vacuna que existe contra la corrupción, además de voluntad política, pedagogía y leyes para acabar con ella, es la transparencia. Hoy, la transparencia es una exigencia de las sociedades que aspiran a ser democráticas y avanzadas. En el siglo XXI, en nuestra actual sociedad de la desconfianza y la sospecha, resurge una exigencia de transparencia que, como afirma el filósofo Byung Chul-Han, “nos indica que el fundamento moral de la Sociedad se ha hecho frágil, que los valores morales, como la honradez y la lealtad, pierden cada vez más su significación. En lugar de la resquebrajadiza instancia moral se introduce la transparencia como nuevo imperativo social.” Por lo que se ve, y está claro, a los políticos les interesa poco este asunto: corrupción, divino tesoro.